Abuelos
Me encontré con un tío que lleva
meses en el paro. No cobra prestación. Pese a que trabajó varios años. Era y es
brillante y trabajador. No le indemnizaron al despedirlo. Aunque oficialmente
no le despidieron. La perversión del sistema avisó de que se terminaba la
relación que mantenía con la empresa en la que con un sueldo del tercer mundo
le exigían un rendimiento del primero, una capacitación y dedicación de fijo y
alegría y disposición. Se acabó, lágrimas de cocodrilo por parte de quienes permiten
en sus empresas ese sistema –no se libra ni una. Ni una- y que pasen otros.
Tiene 24 años y me contó que seguramente se vaya fuera. También –sonriendo- que
hasta le duele ver el Telediario. Los días que no sé de qué escribir,
los días en que sabiendo que esto es un lujo y que tengo tanta suerte –siempre
la he tenido, con todo, o con casi todo- aún y así preferiría no escribir, me
obligo a acordarme de gente así, que al mismo tiempo ha contemplado como hemos
contemplado todos a supuestos compañeros de a 3.000, 4.000 y 5.000 rascándose
los huevos mientras pontifican sobre la juventud, como si la juventud fuese un
ente y no cada caso concreto, como si esa vaina de “no dejéis que os venza el
desánimo y el futuro será mejor” no fuese sino una frase hueca y que duele en
el instante presente, que es el único en el que se vive, puesto que el futuro
no existe, tengas 15 años, 24, 40 o 80. Como ente, la juventud tendrá muchos
defectos, pero posiblemente los mismos que todas las generaciones anteriores,
con la diferencia de que a la actual son sus mayores los que les roban la pasta
que generan en la puta cara, inyectándoles miedo a mansalva, desigualdad y unas
condiciones que ni hace 30 años. Los quieren convertir en los viejos que ellos
ya son y que siempre fueron. Y les gusta.
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