15 marzo 2013

Por huevos


No sé si queda bien o mal o nada decirlo pero ya a estas alturas para qué andarse con modestias: hago una tortilla de patata excepcional. Eso a mi suegra le jode, porque aunque su hija no se lo diga, ella se da cuenta de que mi tortilla le gusta más que la suya y por mucho que hace y hace mínimo una a la semana hace décadas y yo como mucho cuatro al año –jeje- no me pilla. ¡Que el arte no se aprende, guelmar! Lo siguiente va a ser el arroz con pollo. Ahí ya la hundo. Soltado este moco, les quería decir que en mi ya dilatada experiencia en el mundo de los huevos y sus consecuencias soy un experto. Y nunca se me he puesto verde una tortilla y ni mucho menos se me ha revirado la huevina. ¡Qué dolor, solo pensarlo! Cierto es que mis huevos son naturales y que no uso silicona, digo huevina, como los de Mediterránea de Catering, inventores de la tortilla verde o Tortilla Hulk que tantas admiraciones levantara la semana pasada tras ser fotografiada por el o la valiente a la que estaba destinada: el propio Hulk. La consejera Vera fue la que comentó ayer que a esa tortilla en concreto se le había revirado la huevina, aunque no comentó si quien la revisó o la metió a la habitación era completamente daltónico. Bien, apartemos esa tortilla. Lo que sí comentó fue que esas cosas, esos incidentes, también pasaban antes. Sí pero no y –gran diferencia- cuando sabes que todo el proceso es público y que hay responsables públicos directos de eso le aseguro que, aunque no sirva de nada, la sensación de que una queja sirve de algo es infinitamente superior. Ustedes han vendido el apetito de los pacientes, les han tensado en su relación con algo que antes no les inquietaba y les han dejado más indefensos de lo que ya se suele estar en un hospital. Y todo por huevos, que bien triste es.