Don Alfredo
Como La Sexta aún no llega a mi pueblo, el viernes me quedé sin ver el debut de Alfredo Urdaci como monologuista en El Club de Flo, ya saben, aquel que plagió a Chiquito y se hizo omnipresente hasta la aburrición. Urdaci también hubo unos años en los que era omnipresente y sus tentáculos eran casi tan largos como los de un ojeador de Lezama, que hasta una futura Reina nos fichó, casi ya como último servicio. Antes le había debido de entrar un siroco de esos raros que a causa del viento tanto proliferan en el Levante y él solito y motu proprio se erigió en azote de la oposición y en la voz de su amo, algo que se ha venido haciendo toda la vida salvo honrosas excepciones pero que el bueno de Urdaci ni quería maquillar ni mucho menos, que hasta hablaba letra a letra, como mi sobrino de seis meses. Y se quedó en el paro obrero, que es lo suyo y que tampoco se está tan mal. Escribió un libro con un montón de letras, dio un par de clases por aquí y por allá y ahora se estrena en esa profesión tan de moda en los últimos años a pesar de que ya hace más de cuatro décadas que nació en Nueva York de la mano de gente como Lenny Bruce o Woody Allen y que ha ido a parar a donde suelen ir las cosas cuando se las sobreutiliza: al hartazgo. Pero bueno, mejor, opinarán algunos, tenerlo por ahí con el Flo soltando partidas que soltándolas en el telediario. O minutando las noticias como le dé la real gana, que es la forma de manipulación más elegante y por tanto más cruel. No seré yo el que les lleve la contraria, aunque no veo tampoco los telediarios. Lo único que espero es que de ahí no pase a comentar el Mundial, por la derecha, que es lo suyo, avanza Oleguer (o, ele, ge, u, e, erre), independentista catalán. Prefiero a don Alfredo Di Stéfano, que es un monólogo en sí mismo.
Como La Sexta aún no llega a mi pueblo, el viernes me quedé sin ver el debut de Alfredo Urdaci como monologuista en El Club de Flo, ya saben, aquel que plagió a Chiquito y se hizo omnipresente hasta la aburrición. Urdaci también hubo unos años en los que era omnipresente y sus tentáculos eran casi tan largos como los de un ojeador de Lezama, que hasta una futura Reina nos fichó, casi ya como último servicio. Antes le había debido de entrar un siroco de esos raros que a causa del viento tanto proliferan en el Levante y él solito y motu proprio se erigió en azote de la oposición y en la voz de su amo, algo que se ha venido haciendo toda la vida salvo honrosas excepciones pero que el bueno de Urdaci ni quería maquillar ni mucho menos, que hasta hablaba letra a letra, como mi sobrino de seis meses. Y se quedó en el paro obrero, que es lo suyo y que tampoco se está tan mal. Escribió un libro con un montón de letras, dio un par de clases por aquí y por allá y ahora se estrena en esa profesión tan de moda en los últimos años a pesar de que ya hace más de cuatro décadas que nació en Nueva York de la mano de gente como Lenny Bruce o Woody Allen y que ha ido a parar a donde suelen ir las cosas cuando se las sobreutiliza: al hartazgo. Pero bueno, mejor, opinarán algunos, tenerlo por ahí con el Flo soltando partidas que soltándolas en el telediario. O minutando las noticias como le dé la real gana, que es la forma de manipulación más elegante y por tanto más cruel. No seré yo el que les lleve la contraria, aunque no veo tampoco los telediarios. Lo único que espero es que de ahí no pase a comentar el Mundial, por la derecha, que es lo suyo, avanza Oleguer (o, ele, ge, u, e, erre), independentista catalán. Prefiero a don Alfredo Di Stéfano, que es un monólogo en sí mismo.
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