Agobio
Hoy ando algo perezoso, debe de ser el verano, y tengo los dedos como hinchados, por eso no me encajan bien en las teclas y tengo que estar cada poco para adelante y para atrás deshaciendo errores. Esta frase misma me ha costado el doble de tiempo que el año pasado. Supongo que dentro de poco montarán la tómbola y sonará el cohete y San Nicolás empezará a oler a lo que huele cuando hace mucho calor y se mezclan los olores a cerveza, a vino, a frito, a desagüe y a gente que suda. Una mierda, en resumidas cuentas, esto de estar en enero en camiseta. Porque lo malo –aún siéndolo- no es que ahora haga 10 grados más de lo normal, ni que hace semanas que no veamos una gota o copo, sino la que se nos viene encima. Y no me refiero al año electoral -aunque también podría ser-, sino a la canícula que dicen que se avecina. Porque el mendas con el calor no puede, a no ser que esté uno metido hasta el ombligo en una playita, que no será el caso. Esos julios de Pamplona que últimamente ya se adelantan a mayo, cuando ni siquiera han abierto las piscinas, y que ponen a prueba la resistencia de los que somos falsos para la chicharra. Esas tardes buscando sombras, esas noches con las ventanas abiertas y el bar de abajo con la música a mil, esa mala leche mientras goteas en la cama. Ya, ya, lo siento, ya sé que estamos aún en enero, pero no me digan que la cosa no asusta ¿eh?, que la cosa no les da un poco de pereza también a ustedes. Porque ya me veo que a este paso los ayuntamientos en lugar de repartir sal tendrán que empezar a repartir hielo en pleno marzo. No sé, no sé qué se puede hacer ante esta sensación de que ya no se nota el salto de una estación a otra y de que estamos frente a un largo, cálido y único verano que se alarga eternamente. ¿Hay periódicos en Siberia?
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