Rebajas
Estoy en el hospital y no de visita. Estoy en una cama muy cómoda junto a un señor de la Ribera muy majo pero al que no le entiendo nada de lo que dice porque no sé qué le pasa en la dentadura postiza y hasta que su hija no le traiga una nueva no se le entiende ni el nombre. Tiene rota la cadera porque se cayó yendo a coger caracoles. Qué casualidad, le digo, a mi los caracoles me pasaron por encima, Antonio, y me han partido la tibia y el peroné. Y entonces veo cómo sonríe y ésa es la señal que tiene para decirme que le vuelva a contar por décima vez cómo me pasó que estaba yo en la sección de calcetines de un centro comercial y entonces apareció una horda de gentes lentas pero firmes que se abalanzaron sobre todo y en mi intento por escapar resbalé y caí por las escaleras mecánicas hasta que me frenó un cartel que ponía Rebajas. Se agarra la tripa Antonio y es cuando llega su hija y le trae la dentadura nueva y se la pone y reconozco lo que dice: “Los de la capital es que sois bobos, perdona que te diga. Es que a quién se le ocurre con esas paticas que tienes meterte un 8 de enero a buscar calcetines, ¿es que no lees la prensa o qué?”, me dice. Es cuando me entran ganas de contestarle que a ver qué va a decir él, que tiene más años que el aire y se va a las seis de la mañana a coger caracoles con toda la helada, pero me callo porque justo entonces entra mi madre y suelta: “¡Mira qué calcetines más monos te he comprao, que han empezao las rebajas”. Yo es que le había dicho que me caí al tropezarme con la acera y Antonio se parte y aúlla: “¡Sí, con una acera, pero rebajada!”. Y mi madre también se ríe y, mientras deja en la mesa las coderas, las rodilleras y el casco de fútbol americano con los que va a comprar, farfulla: “Encima de aficionao, mentiroso”.
Estoy en el hospital y no de visita. Estoy en una cama muy cómoda junto a un señor de la Ribera muy majo pero al que no le entiendo nada de lo que dice porque no sé qué le pasa en la dentadura postiza y hasta que su hija no le traiga una nueva no se le entiende ni el nombre. Tiene rota la cadera porque se cayó yendo a coger caracoles. Qué casualidad, le digo, a mi los caracoles me pasaron por encima, Antonio, y me han partido la tibia y el peroné. Y entonces veo cómo sonríe y ésa es la señal que tiene para decirme que le vuelva a contar por décima vez cómo me pasó que estaba yo en la sección de calcetines de un centro comercial y entonces apareció una horda de gentes lentas pero firmes que se abalanzaron sobre todo y en mi intento por escapar resbalé y caí por las escaleras mecánicas hasta que me frenó un cartel que ponía Rebajas. Se agarra la tripa Antonio y es cuando llega su hija y le trae la dentadura nueva y se la pone y reconozco lo que dice: “Los de la capital es que sois bobos, perdona que te diga. Es que a quién se le ocurre con esas paticas que tienes meterte un 8 de enero a buscar calcetines, ¿es que no lees la prensa o qué?”, me dice. Es cuando me entran ganas de contestarle que a ver qué va a decir él, que tiene más años que el aire y se va a las seis de la mañana a coger caracoles con toda la helada, pero me callo porque justo entonces entra mi madre y suelta: “¡Mira qué calcetines más monos te he comprao, que han empezao las rebajas”. Yo es que le había dicho que me caí al tropezarme con la acera y Antonio se parte y aúlla: “¡Sí, con una acera, pero rebajada!”. Y mi madre también se ríe y, mientras deja en la mesa las coderas, las rodilleras y el casco de fútbol americano con los que va a comprar, farfulla: “Encima de aficionao, mentiroso”.
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