Promesas
No ha transcurrido -¡qué bonito verbo, transcurrir! Yo de mayor quiero ser columnista serio para poder poner siempre transcurrir en lugar de pasar, que es menos fino- ni día y medio y ya he incumplido todas mis promesas para el 2007. Bueno, todas menos una, que no pienso decir porque las promesas de verdad –sobre todo si se hacen a uno mismo y no a los demás- ni se dicen ni si escriben, se cumplen y punto. Pues sí, incumplidas. Al final creo que es lo mejor, incumplirlas rápido y así te quitas de encima la presión que te supone haberlas hecho y todo el disgusto que se lleva uno cuando se incumplen, por ejemplo, al mes y medio o a los tres meses. Vamos, para rato yo me paso –ahora sí pega pasar en lugar de transcurrir- tres meses sin fumar y luego vuelvo a caer como un bobo. O yendo al gimnasio para luego dejarlo y volver al sofá y a la bollería industrial. En cambio, en día y medio no te da tiempo ni a llevarte un revolcón. Será que no era el momento adecuado, piensa uno. Y así se tiene la conciencia mucho más despejada y la ilusión de que tal vez puedas llevar a cabo esas promesas en el 2008. Por qué ya me dirán qué ilusiones nos pueden quedar si cumpliéramos todo de golpe, ¿qué, subir al Lhotse, ganar la maratón de Boston? No, no, hay que ir mejor poco a poco, que la ansiedad y la falta de horizontes son muy malas compañeras. Por eso voy a seguir renegando de casi todo lo que considere oportuno o ustedes me hagan saber, porque para gente feliz ya están esos que cumplen todas sus promesas y les va todo estupendo en la vida y todo en su sitio, pero el día que se tropiecen –que El Maestro no lo quiera-, ¡ay del día que se tropiecen, que no me pille cerca! A esto de la vida, igual que como al teatro hay que ir ya tosido, hay que venir tropezao. E incumplido.
No ha transcurrido -¡qué bonito verbo, transcurrir! Yo de mayor quiero ser columnista serio para poder poner siempre transcurrir en lugar de pasar, que es menos fino- ni día y medio y ya he incumplido todas mis promesas para el 2007. Bueno, todas menos una, que no pienso decir porque las promesas de verdad –sobre todo si se hacen a uno mismo y no a los demás- ni se dicen ni si escriben, se cumplen y punto. Pues sí, incumplidas. Al final creo que es lo mejor, incumplirlas rápido y así te quitas de encima la presión que te supone haberlas hecho y todo el disgusto que se lleva uno cuando se incumplen, por ejemplo, al mes y medio o a los tres meses. Vamos, para rato yo me paso –ahora sí pega pasar en lugar de transcurrir- tres meses sin fumar y luego vuelvo a caer como un bobo. O yendo al gimnasio para luego dejarlo y volver al sofá y a la bollería industrial. En cambio, en día y medio no te da tiempo ni a llevarte un revolcón. Será que no era el momento adecuado, piensa uno. Y así se tiene la conciencia mucho más despejada y la ilusión de que tal vez puedas llevar a cabo esas promesas en el 2008. Por qué ya me dirán qué ilusiones nos pueden quedar si cumpliéramos todo de golpe, ¿qué, subir al Lhotse, ganar la maratón de Boston? No, no, hay que ir mejor poco a poco, que la ansiedad y la falta de horizontes son muy malas compañeras. Por eso voy a seguir renegando de casi todo lo que considere oportuno o ustedes me hagan saber, porque para gente feliz ya están esos que cumplen todas sus promesas y les va todo estupendo en la vida y todo en su sitio, pero el día que se tropiecen –que El Maestro no lo quiera-, ¡ay del día que se tropiecen, que no me pille cerca! A esto de la vida, igual que como al teatro hay que ir ya tosido, hay que venir tropezao. E incumplido.
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