21 diciembre 2006

Trankimazin

Jodé con el inservible, que dice mi padre. El dichoso inservible es, como ya supondrán, el amigo invisible, ese invento que no se sabe muy bien para qué pero que afecta a todos estas fechas. Que no es que tenga nada en contra querer mucho a la gente y ser bueno y todo eso y hacerse un regalito bobo y tal, pero lo que me mata es que tengo tres papelitos enanos escondidos en la cartera hace días y aún no he comprado nada y eso no lo es peor: es que no sé por dónde me da el aire y ni tan siquiera si sopla. Porque los de casa, bueno, ésos tienen un pase, que son muchos años oliéndose los pies, pero lo del trabajo es ya más duro. Pero bueno, no lloremos, que algo se nos ocurrirá. Lo que sí quería yo sacar aquí a la palestra es lo de los límites, lo de la pasta, vamos. Porque luego llega el listo de turno que se marca un regalo del patín porque no ha hecho ni caso al límite impuesto, sino que se ha pasado mucho pero mucho por encima. Luego están los que se lo soplan entre ellos al minuto, con lo que de invisibles tienen lo que yo de monja –bueno, yo algo monja soy-. Los que se lo dan directamente a su amada esposa para que sea ella la que piense y la que compre o los que te asan a preguntas: ¡cómprame el último Penthouse, tío canso, que aciertas! Mi madre incluso tuvo la desfachatez de asegurar que hubiera sido una buena idea que debajo de cada nombre se pusieran dos o tres preferencias de regalo a recibir. ¡Anda ya, amatxo, anda ya! Si hay que sufrir, se sufre. Eso sí, ayer me encontré con un compañero en un gran almacén: nada, aquí, mirando motocultores. Bueno, también me encontré a otro en el sex-shop, pero ésa es otra historia, más larga. Nada, que no panda el cúnico, nagoren, que algo saldrá. Aunque para mí que esto se lo inventó el que fabrica el Trankimazin.