11 abril 2007

Alergia
Desde que entré en el club de los alérgicos soy aún más firme defensor de los peatones frente al exceso de tubos de escape. Y también un firme defensor de las motosierras. Porque los árboles chupan mucho Co2 y hacen muy bonito y dan sombra, pero sombra también hay en los bares y también se chupa y nadie los defiende tanto, que aquí se tiran un par de árboles y se montan unos ciscos de aúpa. Menos madera es lo que tendríais que usar todos en casa. Y menos palillos. Porque los árboles son unos asesinos en serie, y más en esta ciudad, que hay 100 árboles para cada perro, y así están los pobres perros, destrozados de marcar 100 árboles cada día. Y es que los árboles sueltan eso que a los alérgicos nos pone un dolor de cabeza que te dan ganas de sacar el fusco y liarte a tiros con el chopo y luego girarte y apuntar a los que suben por Avenida del Ejército y vaciarles el cargador en las ruedas y que arreen. Por no hablar de las flores, que muchas temporadas pareciera más que en lugar de aspirar a ser capital europea de la cultura –¡ay, que me da!- aspiramos a ganar algún concurso floral de esos que organizan en Holanda. ¿Qué solución habría entonces ante todo este acoso al que se nos somete, al que se puede unir perfectamente el intenso polvo de las intensas y permanentes obras? Pues es obvia: construir barrios para alérgicos. Prohibidos coches, flores, árboles y obras. Viviríamos felices, en nuestro mundo de plástico y metacrilato, y trapichearíamos con nuestras recetas de Ebastel, Nasonex y Afluon a los pobres infelices a los que les diera la choza de 140 metros -llena de plantas- a la Vuelta del Castillo. Así que pienso votar al que me asegure que no sólo limita el uso del coche sino también tala árboles y capa flores. Me parece que no voy a poder votar.