13 mayo 2007

Madre célula
Ya me dice mi madre que no me crea tan especial, que no soy el único al que: 1) se enciende un cigarro y aparece el autobús. 2) se va al Levante y le cae la gota fría –máma, a mi me cae el cubo entero-. 3) va al cine y los de al lado se han tragado el altavoz, o acaban de descubrir el universo de las bolsas de plástico. 4) se compra un piso libre y sacan 12.000 de VPO. Ya, màma, ya, sé que no soy especial, pero me reconocerás que me nacisteis en mala época, o sin ganas , porque mira que llevo años esperando a que saquen un banco de dientes, para poder curarme de mis achaques con el diente de leche que guardo desde que tenía 10 años y va y lo que van a montar en mi pueblo es un banco de células madre, madre, precisamente ahora, que no tengo un triste cordón umbilical que llevarme a la boca, que el mío ya debe de estar en cualquier estuario, dando de comer a las lampreas. Porque yo guardé ese diente no con intenciones económicas, que ya sabes que en casa el Ratoncito Pérez tenía poco crédito, sino para un futuro, un futuro que ya está aquí. Para cuando me hubiera derrotado la nicotina, para cuando mi sistema nervioso central chirriara, para cuando me dolieran las encías sólo de mascar pan de molde. Para eso, madre, para eso tengo en una caja un diente, para cuando la ciencia tuviera a bien avanzar. Y resulta que la muy mamona avanza sólo por el lado de los cordones umbilicales, justo cuando no tengo ninguno así a mano. Siempre llego tarde, madre, siempre. O demasiado pronto. ¿Qué hago ahora con mi diente, si parece ser que el esmalte de los piños no es objeto de investigación científica? Madre, ¿qué hiciste con el cordón? Madre, ¿no sería posible que me volvieras a parir y así podríamos hacer las cosas como Dios manda, sobre todo yo? ¡Coño, el autobús!