09 junio 2007

Liberado
Me llaman del servicio técnico: que ya tiene usted su aparato para recoger. Sorprendido por el tratamiento, le devuelvo la cortesía y le inquiero: ¿se refiere usted a una cosa negra con la que yo grababa las etapas de ciclismo, los partidos de tenis y etc y etc y que dejé para arreglar más o menos cuando el VHS se peleaba por el mercado con el Beta? Me contesta que sí, que a eso se refiere. Me emociono, rompo a llorar, balbuceo algún agradecimiento y me derrumbo. Ya me veia sin poder grabar las etapas del Tour. Una vez recuperado, acudo a rescatar mi vídeo, que tiene más horas de servicio que un trabajador de ISN sin contrato. Atiende el mostrador una señora –u señorita, no se lo pregunté-. El servicio técnico no sólo acoge a los aparatos de la marca de mi vídeo, sino a unas cuantas más. Es más corto enumerar las que no atiende que las que sí. Tengo por delante a otros dos usuarios. Pasada media hora, en la cual la dependienta interrumpe la toma o entrega de aparatos varias veces para atender el teléfono –deja sin contestar el 90% de las llamadas-, llega mi turno. La cola que se ha formado alcanza ya la nada despreciable cifra de 10 personas, todas ellas portando teles, móviles, cámaras, cadenas, DVD’s. El calor empieza a ser notable y entrego mi recibo con la alegría del que entrega su billete de avión para irse tres meses a Zahara. Ella, amable a más no poder, sigue atendiendo a todo lo que se mueve, absolutamente superada por un volumen de trabajo que no tienen en la barra de los del Bronce a las 11 de la noche del 6 de julio. Finalmente, me llevo mi vídeo y lanzo una mirada de lástima al último que entra por la puerta. Le calculo que en tres horas podrá acariciar su radiocasete. Luego hablan del monopolio de los dentistas. Una mieeeeerda al lado de este.