25 noviembre 2007

Barra libre

Una de las noticias de la semana ha sido el asesinato de una mujer tras decirle a su ex novio en televisión que no quería saber nada de él. Un hecho tan trágico como predecible -así en general-, visto el contenedor de miserias humanas que son muchos programas, que acogen en sus platós a personas cuando menos desequilibradas para disfrute de los lelos que vemos dichos programas, lo que obliga a revisar el sentimiento de culpa, porque el solo hecho de verlo colabora en la existencia de semejante basura. Vale lo mismo para la gran mayoría de los programas del corazón, que aún no cuentan en su haber con un asesinato –que sepamos- que si no se ha producido todavía es, me parece, de puro milagro. Lo dice Javier Bardem: “El día que alguien le clave un hacha a un periodista porque se ha metido en su baño a grabarle cómo caga, ahí se darán cuenta de los excesos a los que hemos llegado”. Famosos de todo pelaje acosados, grabados con cámaras ocultas, preguntados a todas horas todos los días desde hace años por cuestiones de cualquier clase, la mayoría ofensivas, de mal gusto o directamente privadas. Vamos, que –lo digo en serio- me resulta inverosímil que haya personajes de este periodismo rosa-mierda –no diré nombres, pongan ustedes los que quieran- que aún mantengan las dos piernas rectas, los tabiques nasales en su sitio y los cuerpos libres de moratones. Es más, no digo que me alegraría –tampoco me entristecería-, pero, si sucede, no seré yo el que se eche las manos a la cabeza por inesperado, por mucho que el 95% de los llamados famosos que aparecen en esos programas puedan ser peores que los que hablan de ellos o les entrevistan. Mientras, seguiremos asistiendo al vapuleo mediático del famosillo de turno, al tiempo que nos comemos un yogurt y limpiamos las migas.