10 noviembre 2007

Sobre campana

El ayuntamiento va a realizar controles sobre el sonido de las campanas en el Casco Viejo, tras la denuncia de varios vecinos. Teresa Martínez, directora de Desarrollo Sostenible, afirma que “es complicado, porque hay muchas personas a las que les encantan las campanas, pero al que está descansando igual le molestan”. A mi no es que me encanten, es que levito a las siete de la mañana – por cierto, a esa hora duermo, no descanso por vicio, es una necesidad vital- cuando suenan y digo: “Gracias, señor, por un día más. Voy a coger caracoles”. Si es fin de semana, sin embargo, a esa hora hace rato que me ha despertado la barredora-limpiadora, que cuando se acerca a tu calle parece que te va a centrifugar las sábanas. Dice también que “vamos a ver si es un problema puntual, porque no hemos tenido quejas de otras campanas que hay en otros lugares, como San Juan”. Claro, están en San Juan como para oír las campanas, con la ruidera infecta que tienen que aguantar de los bares de copas y que ustedes no solucionan. Culmina su intento por estar a bien con todo kiski –voy a poner una campana en casa, de la Iglesia del Primer Juriño, a ver si me dejan- con una última perla: “Hay muchos sonidos que están incorporados a la vida ciudadana y se admiten muy bien y nadie se queja”. Ignoro a qué sonidos se refiere, tal vez al murmullo del agua en un río, a un pajarito que silba, a una hoja al caer al suelo. Mire, olvídese de estudios: están altas, muy altas, te despiertan. Y punto. Da igual que sean iglesias que discotecas o que a unos cuantos –de los cuales el 99% no viven en lo Viejo- les parezca muy bonito. Lo único cierto es que estás durmiendo y a las siete quieres matar a alguien. Le invito a dormir en mi casa. 60 euros noche. Desayuno incluido, a las 7 de la mañana.