09 febrero 2008

Baremo

El infierno no sólo sí existe, es que además no está vacío. Esto es importante, porque no es agradable llegar a un sitio y que no haya ni un colchón ni un orinal, como mínimo. Si es un infierno de protección oficial quizá tenga tabiques delgados y lleguen ruidos exteriores –ángeles haciendo hormigón mientras piropean a las diosas, Belcebú en directo con Iker Jiménez-, pero tal y como está el metro cuadrado de aire los promotores no han podido hacer más, porque el transporte también encarece los materiales. Vista la crisis de la construcción, que el infierno exista será su salvación. Esto es indudable, cualquiera lo puede comprobar. Wojtyla dijo que el infierno no existía, pero desde que llegó Ratzinger al número 1 de los 40 –no los 40 Principales, los otros 40- el infierno ha vuelto en todo su esplendor, como debe de ser. Ayer lo volvió a recalcar en una reunión con teólogos. Los teólogos, mientras juegan al julepe, se preguntan estas cosas: me ha salido un uñero, ¿en el cielo hacen falta las uñas, si no hay nada a lo que agarrarse? Y Ratzinger, como es su obligación, que para eso tiene coche de empresa, les contesta, con esa paciencia tan suya. Hay personas a la que estas declaraciones les alejan de las iglesias, pero eso es una tontería, es como dejar de beber whisky porque Johnnie Walker se reconozca abstemio. Yo estuve en julio en Ibero y salí de aquella iglesia que no me levanté en mitad de la misa a aplaudirle al cura por no interrumpir. Un cura veterano –supongo que denostado por la jerarquía- que no se anda con mentiras piadosas y que, cuando tiene que reconfortar –que es a lo que van muchos-, reconforta. Yo, como dice Krahe, ni soy creyente, ni ateo, ni apostata. No soy nada, pero, si el cura de Ibero va al infierno, me apunto. A ver qué baremo ponen.