Barceló
“Ponme un Barceló”. “¿Con Coca-Cola?”. “No, con subvención”. Vaya chiste más malo. Jodido Barceló, la que se ha liao con su performance. Bueno, ya no sé si es una performance o una instalación, que es como los modernos llaman ahora a sus cosas. Ponen cuatro paraguas abiertos en un redondo, meten en medio una vaca partida por la mitad y ya tienen una instalación y, lo que es más importante, un mensaje que lanzar al mundo, porque lo bueno de estos artistas conceptuales es que lanzan mensajes al mundo constantemente, lo que, por supuesto, tiene un precio, ya sea de mercado –un metro cuadrado de Barceló está a 30 millones de pesetas de precio de mercado- o a costa del contribuyente –lo de la ONU sale a 14.000 euros metro cuadrado, ¡gracias Miquel!-. La derecha madrileña, entonces, se lanza al cuello de Zapatero –que de cuello no anda corto- por haberse gastado 1.200 millones de pesetas en la cúpula ginebrina, cuando por todos nosotros es sabido que el precio de contar con un Barceló entregado durante un año a esta tarea no es cuantificable –ya lo dijo la otra tarde Miguel Ángel Desatinos: el arte no tiene precio-, está más allá de las cifras, porque cuando un genio como él se pone a la tarea, el mundo contiene la respiración. No vaya a ser que nos intoxiquemos con tanta pintura. Barceló, mientras, ha aclarado que ni mucho menos ha cobrado eso y que gran parte se ha gastado en la remodelación integral de la dichosa sala que bien se podían meter por el bull, no sin antes declarar que no quiere hablar de lo que ha recibido porque “me incomoda”. Así son algunos artistas, ellos van por la vida levitando, ajenos a los bienes materiales, imbuidos de inspiración. Y dejan los asuntos terrenales para otras mentes menos espirituales. Para sus contables.
“Ponme un Barceló”. “¿Con Coca-Cola?”. “No, con subvención”. Vaya chiste más malo. Jodido Barceló, la que se ha liao con su performance. Bueno, ya no sé si es una performance o una instalación, que es como los modernos llaman ahora a sus cosas. Ponen cuatro paraguas abiertos en un redondo, meten en medio una vaca partida por la mitad y ya tienen una instalación y, lo que es más importante, un mensaje que lanzar al mundo, porque lo bueno de estos artistas conceptuales es que lanzan mensajes al mundo constantemente, lo que, por supuesto, tiene un precio, ya sea de mercado –un metro cuadrado de Barceló está a 30 millones de pesetas de precio de mercado- o a costa del contribuyente –lo de la ONU sale a 14.000 euros metro cuadrado, ¡gracias Miquel!-. La derecha madrileña, entonces, se lanza al cuello de Zapatero –que de cuello no anda corto- por haberse gastado 1.200 millones de pesetas en la cúpula ginebrina, cuando por todos nosotros es sabido que el precio de contar con un Barceló entregado durante un año a esta tarea no es cuantificable –ya lo dijo la otra tarde Miguel Ángel Desatinos: el arte no tiene precio-, está más allá de las cifras, porque cuando un genio como él se pone a la tarea, el mundo contiene la respiración. No vaya a ser que nos intoxiquemos con tanta pintura. Barceló, mientras, ha aclarado que ni mucho menos ha cobrado eso y que gran parte se ha gastado en la remodelación integral de la dichosa sala que bien se podían meter por el bull, no sin antes declarar que no quiere hablar de lo que ha recibido porque “me incomoda”. Así son algunos artistas, ellos van por la vida levitando, ajenos a los bienes materiales, imbuidos de inspiración. Y dejan los asuntos terrenales para otras mentes menos espirituales. Para sus contables.
2 Comments:
Ojalá sus contables le manguen todo y se vayan a dar la vuelta al mundo.
(Por aquello de que el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón)
Ya vale de tanta Prima Donna, y tanto latrocinio en nombre del...¿arte?...Ja,ja,ja.
Entre este jetas, el que perpetró el Baluarte, y otros divos, nos vacían los bolsillos a todos.
¡Iros a robar a otro planeta, gentuzaaa!
Pues yo estoy con Barceló: si a mí un día me pagasen 10 milloncejos de aurelios por echar un truño, pintarlo de purpurina y ponerle dos sarmientos "pinchaos", me los echaría a la buchaca y no haría preguntas.
¿Quién es el culpable de que paguen esas barbaridades por el arte? ¿El autor o el que paga sin rechistar por obras que no entiende de qué van?
Tal vez es que el arte moderno se haya vuelto tan incomprensible que la única manera de medir la calidad de una obra es saber el pastizal que se ha pagado por ella.
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