03 enero 2009

Libros

Ya que en nada llega la noche ésa en la que unos señores se les cuelan por las chimeneas –en los bloques de pisos entran por el contador del gas- y aún están a tiempo de enviarles la carta o de pasar la mañana en la central de Correos, ahí van unos cuantos libros que creo que merecen la pena y que en caso de defraudar arden bien: por supuesto, la biografía de Ron Wood, que cuenta con todo lujo de detalles –de los detalles que él se acuerda, porque le pasa lo mismo que a Keith Richards: creo que hice algo en los años 70, pero no tengo muy claro qué. Supongo que estaba allí, tengo facturas del agua que lo atestiguan- su carrera personal y profesional. De la misma editorial y mucho mejor escrito y aclarador de qué pasaba en los 60 en el negocio musical está Blancas bicicletas, del productor Joe Boyd, descubridor de, entre otros, Nick Drake, Fairport Convention o la Incredible String Band. Por cuatro míseros euros se puede pasar una tarde-noche maravillosa recuperando al genial Fernando Fernán Gómez en el volumen de conversaciones escrito hace unos años por Enrique Brasó, con frases como el éxito en el mundo del espectáculo se consigue gracias a unos preceptos inamovibles y concisos que nadie conoce (o algo así). Y, puestos a seguir con actores que nos dejaron y que tienen en su biografía toda la sabiduría de décadas de trabajo, el libro de Lola Millás sobre Agustín González es –por supuesto gracias a la inteligencia de González y a la capacidad de la entrevistadora de no meterse mucho de por medio-, otra maravilla de las de guardar. Y, para finalizar, evidentemente hay que acordarse de Camilleri y sus dos últimas obras acerca de la mafia. Luego ya están esos de los que todo el mundo habla y que ya tienen el camino hecho. Hay demasiados libros. Hay demasiado de todo.