Checos

Me asomo preocupado al velux –ayer me enteré de que Velux es una marca, como Cola-Cao. O como Juan Cruz Alli-. Desde hace tres horas no oigo al palomo meter ese ruido tan agradable que hace a eso de las seis a menos de un metro de mi almohada en el alféizar de la casa de al lado. Como duermo con la linterna frontal puesta, no despierto a mi rival. Cuando enciendo el frontal, el espectáculo es dantesco. En lugar de nuestras cuatro palomas y su palomo gordo y gritón hay tres pingüinos. Pingüinos en mayo, es inaudito. Tuvimos una mosca en casa en enero y en febrero vi un tomate en la frutería –llevaba más anabolizantes que Aznar-, pero esto no me lo esperaba. Evidentemente, los pingüinos se acaban de jalar a las palomas, porque uno eructa y sale una pluma. Y no tenemos periodistas del corazón en el alféizar de al lado, así que tienen que ser las palomas. ¿Qué hacéis aquí, michicos?, les pregunto. Enseguida contesta uno de ellos, el que parece ser el jefe, por que es el más pequeño y en la pechera lleva una chapa de un sindicato: nos llegó la noticia de que Koxka iba a ampliar producción de refrigeradores aquí y venimos a ver si hay algo, que está la cosa jodida por allá arriba. Lógico, cada uno se busca los arenques donde puede. ¿No le molestaremos aquí, no, señor?, me preguntan. Les digo que no, pero, por si acaso, no dudo: los pingüinos, ¿tenéis el follar ruidoso? Se dan codazos, se ríen tímidos, pero me dicen: tranquilo, señor, no haga caso a eso que dicen de que hay pingüinos gays. Bulos para quitarnos trabajo en los aquarios. Vale –les digo-, hasta mañana. Hasta mañana, responden. Me meto en la cama tranquilo. Me dice mi rival: ¿con quién hablabas? Con unos sindicalistas. ¿Con lo que están haciendo y Zapatero aún nos les ha puesto piso? Son checos. ¡Ahhhhh!