Limpio

Por estas cosas que tiene la vida, este julio, mientras ustedes se cocían como morsas, caí un día por Mónaco. Un sitio horrible. Como resulta que Mónaco te la ves en media mañana y aún te da tiempo a subirte al pequeño barrio antiguo donde está el Palacio Real a sentarte a ver si salen de allá o la Carolina o la Estefanía o el Alberto o algún sinfundamento de éstos, el caso es que no digo que te aburras pero casi. Y el aburrimiento es el mejor aliado de los fumadores para fumar aún más. Así que me puse hasta las trancas de fumar, aunque confieso que lo hice por otro motivo, nada higiénico, lo reconozco: para tirar las colillas al suelo. Es que andar por aquellas calles tan limpias me daba como miedo, pensaba que en cualquier momento me iba a intoxicar con lejía o con lo que sea que le echen para que aquello parezca recién salido de un juego de Playstation, con menos vida que una fosa común. También pensé –es cierto- en el barrendero. Intuyo que sólo habrá uno, porque la gente por no tirar creo que no se tira ni pedos, pero seguro que uno hay. Y me imaginaba yo la alegría que le daría ver de vez en cuando algo que echar a la pala y de la pala a bolsa. No sé, a fin de cuentas es importante terminar tu jornada laboral con algo que contar. Yo le alegré el día al barrendero de Mónaco, donde hasta creo que tienen baterías antiaéreas para fusilar a los pájaros que crucen su espacio aéreo y que así no le caguen encima a alguno de los fiemos que se toman copas en aquellas terrazas de moda que son la viva fe de la estupidez del ser humano. Me da que aquí no llegaremos a tanto con la Ley del Tabaco, sucios en general como somos, pero hay que recordar que la limpieza sólo se valora cuando hay mugre con la que compararla. Aquello estaba tan limpio que daba asco verlo.