Pues bien

Permanente, general y verificable. Echeverría, Iriguibel y Martín. En los 80 hubiese venido muy bien una de éstas, incluso en los 70, hasta en los 90, cuando los que hoy día quieren lucir como pacificadores irredentos estaban callados como el anacoreta que está metido en un hoyo en La Vida de Brian. Han hecho falta un montón de pisotones para que abrieran la boca, aunque siempre la abren en su beneficio. Dicen que nunca es tarde en casos de éstos. Tal vez sea cierto –ojalá-, pero al menos confío en que nos dejen dar nuestra opinión a los que recordamos dónde estaban en los 70, en los 80, en los 90 y hasta hace bien poco. Salir a la palestra cuando te conviene va con la condición humana, pero lo que no pueden pretender es que les hagamos la ola, porque aquí nos conocemos todos y las hemerotecas lo mismo están para lo bueno que para lo malo. No es una cuestión de hastío, tampoco de la certera sensación de que nos han hecho perder una infinita cantidad de tiempo y de energía y de alegría, es una cuestión de simple objetividad: irte de la fiesta cuando ya no queda casi nadie no es lo mismo que irte en mitad del jolgorio. Me gustaría saber qué actitud tendrían el 100% de los ahora pacifistas si siguiesen contando con el respaldo interno y externo de hace 25 años, si seguirían apostando por lo que ahora dicen que apuestan, si sentirían como una puñalada en el cuello cada atentado, secuestro y muerto. No lo sé. Ellos lo sabrán. Lo que sí sabemos es lo que decían y no decían entonces, cuando estaban en la cresta de la ola. Aquellas declaraciones de Floren Aoiz poco antes de lo de Ermua. Aquella portada de Egin cuando lo de Ortega Lara –Ortega Lara vuelve a la cárcel-. Es obvio que habrá que aprender a convivir con todo esto. Pero al menos a mí que no me pidan que aplauda.