Elegir
Al cruzar el puente marítimo de tres kilómetros que une La Rochelle con la Isla de Ré, mientras el coche
desciende el desnivel ganado antes, la isla, que se abre a tus ojos como una
gigantesca cuña de queso, te muestra dos opciones: a la derecha, increíblemente
hermosa, se ve la playa de Rivedoux, salpicada por unas cuantas casas nada
ostentosas. Es el lado norte, azotado por el viento que viene de Gran Bretaña y
que cuenta con muchos más acantilados y menos horas de sol. A lo largo de sus
casi 30 kilómetros,
en las comunas del lado norte, preciosas, con pequeños puertos y murallas y
ciudadelas y marismas, hueles el precio del metro cuadrado. Cuando cruzas el
puente, sin necesidad de mirar ningún mapa, la punta de la nariz que es la
entrada a la isla también te deja contemplar el lado izquierdo. Mientras el
puente se acaba y los neumáticos pisan tierra firme, ves una playa que se acuesta
hacia el norte, aunque, más que verla, la intuyes. La vista no es tan
espectacular como la del lado derecho. Antes de llegar a la rotonda que da la
opción de ir la derecha, a la izquierda o de seguir recto, da tiempo a ver unos
bares playeros vacíos, unos baños públicos y un parking pequeño. Cualquiera
tiraría a la derecha. Entra por los ojos. Pero cuando la necesidad aprieta y
hay que mear, los ojos no cuentan. Cuando sales de aquel baño comido por la
sal, con el sol naciendo por detrás y girando lentamente por el puerto de La Rochelle, subes un
pequeño acceso lleno de arena y dunas y lo que tienes enfrente no te lo puedes
creer. Una irreal playa de 20 kilómetros de largo, en marea baja, que se
mete cientos de metros hacia el océano. Espero que los franceses, como otras veces, elijan lo que tal vez no se intuya pero pueda ofrecer
más sol para todos.
1 Comments:
El metaforista viajero.
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