29 abril 2012

Elegir


Al cruzar el puente marítimo de tres kilómetros que une La Rochelle con la Isla de Ré, mientras el coche desciende el desnivel ganado antes, la isla, que se abre a tus ojos como una gigantesca cuña de queso, te muestra dos opciones: a la derecha, increíblemente hermosa, se ve la playa de Rivedoux, salpicada por unas cuantas casas nada ostentosas. Es el lado norte, azotado por el viento que viene de Gran Bretaña y que cuenta con muchos más acantilados y menos horas de sol. A lo largo de sus casi 30 kilómetros, en las comunas del lado norte, preciosas, con pequeños puertos y murallas y ciudadelas y marismas, hueles el precio del metro cuadrado. Cuando cruzas el puente, sin necesidad de mirar ningún mapa, la punta de la nariz que es la entrada a la isla también te deja contemplar el lado izquierdo. Mientras el puente se acaba y los neumáticos pisan tierra firme, ves una playa que se acuesta hacia el norte, aunque, más que verla, la intuyes. La vista no es tan espectacular como la del lado derecho. Antes de llegar a la rotonda que da la opción de ir la derecha, a la izquierda o de seguir recto, da tiempo a ver unos bares playeros vacíos, unos baños públicos y un parking pequeño. Cualquiera tiraría a la derecha. Entra por los ojos. Pero cuando la necesidad aprieta y hay que mear, los ojos no cuentan. Cuando sales de aquel baño comido por la sal, con el sol naciendo por detrás y girando lentamente por el puerto de La Rochelle, subes un pequeño acceso lleno de arena y dunas y lo que tienes enfrente no te lo puedes creer. Una irreal playa de 20 kilómetros de largo, en marea baja, que se mete cientos de metros hacia el océano. Espero que los franceses, como otras veces, elijan lo que tal vez no se intuya pero pueda ofrecer más sol para todos.



1 Comments:

Anonymous Mirza Delibasic said...

El metaforista viajero.

10:25 a. m.  

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