16 octubre 2005


Pollo al horno

Nosotros tenemos horno en casa, desde hace dos años, la casa y el horno. Hasta hace nada le mirábamos como las vacas al tren y no metía dentro las pelis que no me caben en el estante por puro respeto a Fagor, aquel gran equipo ciclista. Eso hasta hace poco, que no sé qué pasó que me crecí, me acerqué a la carnicería, compré un pollo y lo metí al horno, con un par. Y lo asé y todo, con su cebolla, su ajo y su patata panadera. Una vez na más, pero suficiente como para encender en mí la llama del cocinero que todos llevamos dentro, por donde el yeyuno más o menos en mi caso, pegao a la llama de batería punki. Ya me veía yo como el de La Primera, yendo a comprar pollos pekineses y especias de colores a esos coloniales a los que va él que tienen de to. Me veía ya en el estrellato cuando va y se monta el pollo con lo de la gripe aviar y me da que no voy a poder ver un pollo otra vez ni en pintura, con lo que me gusta a mí pagar 45 euros en las barracas en San Fermín por medio pollo y una caña birriosa. Eso y que se me empañen las gafas en todos los bares el día 6 es lo que más me gusta a mí de los sanfermines. Va a ser que seguramente no pasará nada y nos moriremos otro día pero de tos, pero, una por una, algún artista va a colar en el mercao un saco de vacunas del carajo, unos millones de nada. No me importaría currar en un sitio así. El departamento de I+D debe de estar de lo más entretenido: “¿Qué, en qué andas?” “Nada, dándole caña a los champiñones de la calle Laurel de Logroño, se van a cagar. Te he dejao ahí, en la probeta roja, el virus del ajoarriero y el de los fritos de jamón y queso del Tilo”. “Chaval, esta empresa será lo que quieras, pero aún nos queda algo de ética. Los fritos del Tilo, ni tocarlos”. Me voy a echar el curriculum.