Doctor Pescanova
A Kiko Arregui los alpinistas le llaman el Doctor Pescanova. Arregui es una autoridad mundial en congelaciones y por su consulta pasan aquellos, fundamentalmente himalayistas, a los que un mal día en las montañas les va a suponer unas falanges menos en pies o manos. Por lo tanto, y aunque él no lo quiera, todo lo contrario, los ingresos del Doctor Pescanova suben a costa de las desgracias ajenas. Lo mismo le pasa a la verdadera Pescanova. La verdadera Pescanova hace bolsa gracias precisamente a las calamidades ajenas y, aunque no sabemos si ella lo quiere o no, aunque lo intuimos, lo cierto es que los inversores se lanzan a comprar sus acciones como tiburones en cuanto aparece un pato muerto en Mendillorri, o a una vaca de Abaurrea Alta le da por leerse un libro de Sánchez Dragó o la costa cantábrica se cubre de chapapote. Las reservas de Pescanova son suficientes, y sus precios lo suficientemente atractivos, como para que los consumidores, por si las moscas, dejen por una temporada la dieta de pollo o ternera o marisco fresco y todos anden unas semanas aprendiendo la función descongelar del microondas, algo que los inversores saben perfectamente, de ahí que si usted ve por la calle alguien que se alegra porque ha aparecido un pato muerto en Mendillorri es o porque ayer compró acciones de Pescanova, que ya han subido un 22% desde enero, o porque tenía algo personal contra el pato, por algún asunto de patas. Pero hay una gran diferencia. Mientras que el miedo y el conocimiento son lo que permite que los montañeros no acaben en la consulta del Doctor Pescanova, el miedo y el desconocimiento son lo que lleva a la gente a abalanzarse sobre las bolsas y la bolsa de Pescanova. Y, mientras, el pobre pato se muere. De pena, que no lo querían ni vino ni muerto.
A Kiko Arregui los alpinistas le llaman el Doctor Pescanova. Arregui es una autoridad mundial en congelaciones y por su consulta pasan aquellos, fundamentalmente himalayistas, a los que un mal día en las montañas les va a suponer unas falanges menos en pies o manos. Por lo tanto, y aunque él no lo quiera, todo lo contrario, los ingresos del Doctor Pescanova suben a costa de las desgracias ajenas. Lo mismo le pasa a la verdadera Pescanova. La verdadera Pescanova hace bolsa gracias precisamente a las calamidades ajenas y, aunque no sabemos si ella lo quiere o no, aunque lo intuimos, lo cierto es que los inversores se lanzan a comprar sus acciones como tiburones en cuanto aparece un pato muerto en Mendillorri, o a una vaca de Abaurrea Alta le da por leerse un libro de Sánchez Dragó o la costa cantábrica se cubre de chapapote. Las reservas de Pescanova son suficientes, y sus precios lo suficientemente atractivos, como para que los consumidores, por si las moscas, dejen por una temporada la dieta de pollo o ternera o marisco fresco y todos anden unas semanas aprendiendo la función descongelar del microondas, algo que los inversores saben perfectamente, de ahí que si usted ve por la calle alguien que se alegra porque ha aparecido un pato muerto en Mendillorri es o porque ayer compró acciones de Pescanova, que ya han subido un 22% desde enero, o porque tenía algo personal contra el pato, por algún asunto de patas. Pero hay una gran diferencia. Mientras que el miedo y el conocimiento son lo que permite que los montañeros no acaben en la consulta del Doctor Pescanova, el miedo y el desconocimiento son lo que lleva a la gente a abalanzarse sobre las bolsas y la bolsa de Pescanova. Y, mientras, el pobre pato se muere. De pena, que no lo querían ni vino ni muerto.
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