El móvil
Los seres humanos o, como dice el nuevo presidente del Real Madrid, las “personas humanas”, no tenemos remedio. El viernes me crucé con un conocido. Antes de cruzármelo, lo vi. Y él a mi. Entonces, a una distancia que él consideraba prudencial, sacó el móvil y se lo adosó a la oreja izquierda. Mientras hablaba, nos dijimos adiós, adiós. Como si yo fuese tontolculo, que lo soy, pero, para eso, no. Y no. Porque esa misma táctica, que usan los famosos, la he usado yo miles de veces, no fuera a ser que el conocido fuera a tener ganas de pegar la hebra y nos dieran las 10 y con eso de estar 24 horas en la calle a la intempiere el ayuntamiento nos diera una plaza de Municipal. Tengo otro conocido, con el que hice la carrera, con el que llevo 5 o 6 años cambiando de acera. Él se pensará que yo no me fijo o se creerá que soy Rompetechos, pero, si algún talento tengo, es la vista, ni lo duden. Desconozco el motivo por el que se niega a saludarme, tal vez sea timidez o pereza, pero el caso es que, en una ciudad pequeña, pararse con todo Cristo es un ídem. Y lo es porque, o bien no queremos saber nada del stress de la ciudad o, cuando estamos en el campo, no soportamos que se nos acerque un desconocido o nuestra propia madre. El caso es que cada día nos cruzamos más de acera y sacamos más el móvil. Y es una pena. Porque el móvil es una herramienta que, a día de hoy, no merece la pena. O sí. Vale lo mismo para aislarse que para comunicarse, pero, como ya dijo Neil Young, “aquello que te hace vivir te acabará matando”. Y entonces pienso en si todo esto del proceso, o como lo quieran llamar, no será algo parecido, porque no hablarse con los de casa es una derrota. Aunque todos tengamos un móvil pero, eso sí, la gran mayoría, mucho más grande que otros.
Los seres humanos o, como dice el nuevo presidente del Real Madrid, las “personas humanas”, no tenemos remedio. El viernes me crucé con un conocido. Antes de cruzármelo, lo vi. Y él a mi. Entonces, a una distancia que él consideraba prudencial, sacó el móvil y se lo adosó a la oreja izquierda. Mientras hablaba, nos dijimos adiós, adiós. Como si yo fuese tontolculo, que lo soy, pero, para eso, no. Y no. Porque esa misma táctica, que usan los famosos, la he usado yo miles de veces, no fuera a ser que el conocido fuera a tener ganas de pegar la hebra y nos dieran las 10 y con eso de estar 24 horas en la calle a la intempiere el ayuntamiento nos diera una plaza de Municipal. Tengo otro conocido, con el que hice la carrera, con el que llevo 5 o 6 años cambiando de acera. Él se pensará que yo no me fijo o se creerá que soy Rompetechos, pero, si algún talento tengo, es la vista, ni lo duden. Desconozco el motivo por el que se niega a saludarme, tal vez sea timidez o pereza, pero el caso es que, en una ciudad pequeña, pararse con todo Cristo es un ídem. Y lo es porque, o bien no queremos saber nada del stress de la ciudad o, cuando estamos en el campo, no soportamos que se nos acerque un desconocido o nuestra propia madre. El caso es que cada día nos cruzamos más de acera y sacamos más el móvil. Y es una pena. Porque el móvil es una herramienta que, a día de hoy, no merece la pena. O sí. Vale lo mismo para aislarse que para comunicarse, pero, como ya dijo Neil Young, “aquello que te hace vivir te acabará matando”. Y entonces pienso en si todo esto del proceso, o como lo quieran llamar, no será algo parecido, porque no hablarse con los de casa es una derrota. Aunque todos tengamos un móvil pero, eso sí, la gran mayoría, mucho más grande que otros.
1 Comments:
Es un flipe esta sociedad amigo, entre la pereza de saludar y el no querer preguntar ¿que tal? por si acaso te lo cuentan, nos vamos a convertir en seres insociables, antipáticos e incluso repugnantes. Parece que ya nadie tiene la capacidad de posponer una "obligación" a causa de un encuentro fortuito que tercia un remojón en agua de cebada. ¿Acaso no podemos usar el móvil para posponer la cita con el dentista? No mejor usarlo para hacerlos los locos y sudar del conocido. Que asco, ¿será culpa de la prisa con la que tendemos a vivir?
Anécdota de Cabeza Mechero: Hace un par de semanas tuve el placer de contemplar en vivo y en directo a esos fenómenos chilenos que son los Quilapayún. Se me cayeron los güebs al suelo cuando al terminar el concierto, tras entonar dos veces (digo dos exactamente) ¡otra! ¡otra!, el ochenta por ciento del ¿respetable? corrieron como energúmenos a la puerta mientras encendías sus apestosos teléfonos. No más de 180 segundos después estaban los Quilapayún de nuevo en escena, pero la sala apenas tenía aforo ya. Que se jodan los que se fueron, en petit comité todo sabe mejor. Tampoco se merecían ellos escuchar otra.
Saludos!!!
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