23 abril 2006


San Yo

Hoy es San Yo. En San Yo (Gloria Fuertes, cuando le preguntaban por qué escribía tanto de ella, si no era eso una forma de egoísmo, contestaba que no, “que era una forma de yoismo”) a ellos se les regala a un libro y a ellas, al comprarlo para regalarlo, una rosa, al menos en Cataluña. Un año, por San Yo, me quedé con unas 130 rosas en una librería que tuve, que más que librería era una copistería, aunque de vez en cuando alguno –más bien alguna- se despistaba y compraba un libro. Yo le tomaba la temperatura y pensaba: “Mira, aún hay gente que lee y que no hace fotocopias”. Tuve que cerrar aquel negocio –aunque el negocio lo hizo al que le alquilé el local, que posteriormente yo remocé a base de bien. El banco también hizo negocio- porque me llegó una oferta que no pude –ni me apeteció- rechazar (el que no toma decisiones no se equivoca. Recuerdo las palabras del maestro Iturri, que me quitaron todas las dudas y que siempre le agradecí: “¡Jordi, estas cosas pasan una vez en la vida!”). El caso es que aquel San Yo, el único que viví al frente de mi librería, me quedé con 130 rosas rojas, preciosas, y eso que, como mucho, habría comprado 150. Obviamente, la broma me salió a doblón, así que, para rematar, como era viernes to el día, me fui con mis amigos a vivir la noche, otra vez. Y, en mitad del jolgorio, me acordé de las rosas, me acerqué a mi tienda –que estaba en plena Zona Cero- y aquella noche hubo rosas para todos y para todas, aunque la mayoría sirvieran para remover el gin-kas. Han pasado muchos años de aquello y sigo pagando la reforma del local, pero me acuerdo con gratitud de casi todos y cada uno de los que compraron un libro en aquella humilde tienda. En vuestro honor, lectores, levanto hoy mi gin-kas con rosa. Salud y que dure.