El cosmos
Stephen Hawking ha revelado que, en un congreso de Cosmología celebrado en el Vaticano, Juan Pablo II dijo a los científicos allí presentes que “estudiar el Universo y dónde se originó está bien, pero creo que no se debería profundizar en el origen en sí mismo, puesto que se trata del momento de la Creación y de la intervención de Dios”. Es, más o menos, lo que se dice por megafonía en los encierros de san Fermín: “¡Dejen trabajar a los dobladores!”. Y lo que le digo yo a mi madre cuando me pregunta que cómo se puede subir Alpe D’Huez en 37:35, como Pantani: “En coche, en segunda. En bici, inexplicable”. Por que a mí, por mucho que me lo expliquen, me va a resultar igual de alucinante que me digan que esto lo creó alguien motu proprio que que surgió porque algo se chocó contra algo, porque enseguida me entraría la duda: ¿y ese algo quién lo creo? Y uno de éstos nos diría: otro algo. Y así puede uno darse al patxaran con mucha rapidez. Y muy de seguido. Yo por eso prefiero vivir en la ignorancia, que además me resulta bien fácil: es como estar por casa. Y de ahí que tampoco me guste ir al dentista si no me duele la boca, ya que siempre que voy surgen agujeros negros de todas partes, agujeros que uno desconocía que estaban ahí pero que son capaces de abducirte la nómina en un pis-pas y arrastrar por el suelo tus creencias en el género humano en general y en el sector dentistas en particular. En este caso nadie te pregunta: “¿Es que no tienes curiosidad?”. Pues no, ni por las caries ni por el cosmos, que, según bocas, suele ser muy parecido. Hace poco me llegó carta de mi dentista, que por cierto es bien maja: “Recuerda que dadas las características de tu boca, te toca revisión cada año y no cada dos”. ¡Que no, que no quiero saber nada, que prefiero el limbo!
Stephen Hawking ha revelado que, en un congreso de Cosmología celebrado en el Vaticano, Juan Pablo II dijo a los científicos allí presentes que “estudiar el Universo y dónde se originó está bien, pero creo que no se debería profundizar en el origen en sí mismo, puesto que se trata del momento de la Creación y de la intervención de Dios”. Es, más o menos, lo que se dice por megafonía en los encierros de san Fermín: “¡Dejen trabajar a los dobladores!”. Y lo que le digo yo a mi madre cuando me pregunta que cómo se puede subir Alpe D’Huez en 37:35, como Pantani: “En coche, en segunda. En bici, inexplicable”. Por que a mí, por mucho que me lo expliquen, me va a resultar igual de alucinante que me digan que esto lo creó alguien motu proprio que que surgió porque algo se chocó contra algo, porque enseguida me entraría la duda: ¿y ese algo quién lo creo? Y uno de éstos nos diría: otro algo. Y así puede uno darse al patxaran con mucha rapidez. Y muy de seguido. Yo por eso prefiero vivir en la ignorancia, que además me resulta bien fácil: es como estar por casa. Y de ahí que tampoco me guste ir al dentista si no me duele la boca, ya que siempre que voy surgen agujeros negros de todas partes, agujeros que uno desconocía que estaban ahí pero que son capaces de abducirte la nómina en un pis-pas y arrastrar por el suelo tus creencias en el género humano en general y en el sector dentistas en particular. En este caso nadie te pregunta: “¿Es que no tienes curiosidad?”. Pues no, ni por las caries ni por el cosmos, que, según bocas, suele ser muy parecido. Hace poco me llegó carta de mi dentista, que por cierto es bien maja: “Recuerda que dadas las características de tu boca, te toca revisión cada año y no cada dos”. ¡Que no, que no quiero saber nada, que prefiero el limbo!
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