Así fue
Conozcamos los antecedentes: desde hace años hago la porra en el bar de debajo de casa. No he ganado nunca, aunque no me afecta, porque en la vida se gana y se pierde. Se apuesta a dos partidos, el de Osasuna y otro. Participamos unos 30. Se apuesta 1,5 euros. Conozcamos los hechos: domingo. Hago mi apuesta. Llevamos más de 30 jornadas sin que nadie acierte. El bote es ya un número de 4 cifras, con un 1 como la primera de ellas. Le pongo 2-1 al Madrid-Athletic y un 1-1 al Zaragoza-Osasuna, con la misma fe que siempre: ninguna. Revisemos la noche de autos: tras conocer que el Madrid ha ganado 2-1, bajo con un tío de mi rival a un bar de carretera a ver el partido de Osasuna. El Zaragoza marca el 1-0 y paso todo el partido sufriendo por mi equipo y por mi apuesta, ya que un gol nuestro nos da un punto a todos los rojillos y a mí más de 1.000 euros. Bien, metemos gol en el minuto 81. Le digo al tío de mi rival: “Felipe, salgo a hacer una llamada”. No hago llamada alguna, sino que deambulo entre los camiones aparcados deseando que pasen los minutos sin que me dé un infarto y sin que ellos ni nosotros metamos gol, lo que es contranatura, desear con toda tu alma que tu equipo no meta gol. En el minuto 90, abro la puerta del bar y oigo palmas de alegría. Nadie en el bar conoce mi epopeya, ni siquiera el tío de mi rival. Uno incluso me grita jubiloso que hemos marcado gol, porque me ha visto celebrar el 1-1 como si hubiésemos ganado la Champions. Deseo torcerle el cuello con mis propias manos, pero me contengo. Conclusión: jamás volveré a hacer una porra con Osasuna de por medio porque, aunque sea triste decirlo tras décadas de osasunismo, sigo llorando cada vez que veo al tarugo de Ponzio meter el balón en propia puerta. Pero, vamos, a pesar de todo, ¡aúpa rojos!
Conozcamos los antecedentes: desde hace años hago la porra en el bar de debajo de casa. No he ganado nunca, aunque no me afecta, porque en la vida se gana y se pierde. Se apuesta a dos partidos, el de Osasuna y otro. Participamos unos 30. Se apuesta 1,5 euros. Conozcamos los hechos: domingo. Hago mi apuesta. Llevamos más de 30 jornadas sin que nadie acierte. El bote es ya un número de 4 cifras, con un 1 como la primera de ellas. Le pongo 2-1 al Madrid-Athletic y un 1-1 al Zaragoza-Osasuna, con la misma fe que siempre: ninguna. Revisemos la noche de autos: tras conocer que el Madrid ha ganado 2-1, bajo con un tío de mi rival a un bar de carretera a ver el partido de Osasuna. El Zaragoza marca el 1-0 y paso todo el partido sufriendo por mi equipo y por mi apuesta, ya que un gol nuestro nos da un punto a todos los rojillos y a mí más de 1.000 euros. Bien, metemos gol en el minuto 81. Le digo al tío de mi rival: “Felipe, salgo a hacer una llamada”. No hago llamada alguna, sino que deambulo entre los camiones aparcados deseando que pasen los minutos sin que me dé un infarto y sin que ellos ni nosotros metamos gol, lo que es contranatura, desear con toda tu alma que tu equipo no meta gol. En el minuto 90, abro la puerta del bar y oigo palmas de alegría. Nadie en el bar conoce mi epopeya, ni siquiera el tío de mi rival. Uno incluso me grita jubiloso que hemos marcado gol, porque me ha visto celebrar el 1-1 como si hubiésemos ganado la Champions. Deseo torcerle el cuello con mis propias manos, pero me contengo. Conclusión: jamás volveré a hacer una porra con Osasuna de por medio porque, aunque sea triste decirlo tras décadas de osasunismo, sigo llorando cada vez que veo al tarugo de Ponzio meter el balón en propia puerta. Pero, vamos, a pesar de todo, ¡aúpa rojos!
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