Menos madera
Ji, ji, el juntamiento de la city va a poner unos maderos pa que los foráneos sepan por ande va el encierro, ji-ji. Como no se pueden poner todos los maderos, porque sería mucha madera y mucho gasto anti-polilla y anti-intempiere y anti-vándalos, va a poner unos pocos en el callejón y otros ande los corralillos de Santo Domingo. No va a disecar a ningún naranjito para situarlo donde los fuegos artificiales porque va contra los derechos humanos ni tampoco creemos que instale unos altavoces donde la plaza del Consejo para escuchar el momentico, de momento. Nos vamos a quedar sólo con los maderos, que no es poco, para deleite de los que vienen de fuera, que, asegura el ayuntamiento, se quejan de que no hay referencias del encierro en el recorrido del encierro, que es lo que me pasa a mí cada vez que voy a Graceland, que no está Elvis en persona. Y me agarro unos mosqueos. No te jode, con los turistas de las pelotas, como ellos no tienen que aparcar donde los corralillos así que les da igual. Eso sí, las 20 plazas de aparcamiento que se van a quedar inutilizadas por poner cuatro puñeteras maderas no parecen importarle a nuestro juntamiento, ji-ji, o al lumbrera que está detrás de este invento. Si yo tuviera la décima parte del talento del maestro Iturri, que escribía unas cosas maravillosas cada vez que se empezaba a instalar el vallado o la Tómbola, pues lo haría, pero, como no lo tengo, sólo me queda suponer (“habrá que convenir”, diría él) que opinaría algo así como que las ciudades tienen sus ritmos y sus signos, pequeños gestos y ritos que se perpetúan en el tiempo y que no son sino parte de su propia esencia. Y –esto lo digo yo- que no deberían ser alterados por ningún grupo de japoneses o el primer concejal con mando en plaza. El vallado, en junio, pelmas.
Ji, ji, el juntamiento de la city va a poner unos maderos pa que los foráneos sepan por ande va el encierro, ji-ji. Como no se pueden poner todos los maderos, porque sería mucha madera y mucho gasto anti-polilla y anti-intempiere y anti-vándalos, va a poner unos pocos en el callejón y otros ande los corralillos de Santo Domingo. No va a disecar a ningún naranjito para situarlo donde los fuegos artificiales porque va contra los derechos humanos ni tampoco creemos que instale unos altavoces donde la plaza del Consejo para escuchar el momentico, de momento. Nos vamos a quedar sólo con los maderos, que no es poco, para deleite de los que vienen de fuera, que, asegura el ayuntamiento, se quejan de que no hay referencias del encierro en el recorrido del encierro, que es lo que me pasa a mí cada vez que voy a Graceland, que no está Elvis en persona. Y me agarro unos mosqueos. No te jode, con los turistas de las pelotas, como ellos no tienen que aparcar donde los corralillos así que les da igual. Eso sí, las 20 plazas de aparcamiento que se van a quedar inutilizadas por poner cuatro puñeteras maderas no parecen importarle a nuestro juntamiento, ji-ji, o al lumbrera que está detrás de este invento. Si yo tuviera la décima parte del talento del maestro Iturri, que escribía unas cosas maravillosas cada vez que se empezaba a instalar el vallado o la Tómbola, pues lo haría, pero, como no lo tengo, sólo me queda suponer (“habrá que convenir”, diría él) que opinaría algo así como que las ciudades tienen sus ritmos y sus signos, pequeños gestos y ritos que se perpetúan en el tiempo y que no son sino parte de su propia esencia. Y –esto lo digo yo- que no deberían ser alterados por ningún grupo de japoneses o el primer concejal con mando en plaza. El vallado, en junio, pelmas.
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