Un día
Soy muy calculador. Y no me gustan ni los coches ni los viajes en coche. Por eso, por ser muy calculador –en el sentido numérico del término- y por no gustarme los coches, fue por lo que creo que mis padres me regalaron de pequeño un reloj con cronómetro. Aunque pienso que también era para que no diera la brasa en los viajes. Yo cogía mi cronómetro y calculaba los segundos y las décimas que le costaba a mi padre llegar de un poste kilométrico al otro, para después calcular la velocidad exacta a la que íbamos –esto por puro vicio-. Luego multiplicaba los kilómetros que nos quedaban por los segundos que nos costaba cada kilómetro y sacaba el tiempo que faltaba para terminar aquel turre. Vamos, que me gusta calcular y nada pero nada esperar. Por eso ayer me quedé atónito cuando calculé que durante el próximo año voy a pasar un día de mi vida esperando que se ponga verde el semáforo de Conde Oliveto. Un día de mi vida ¡al año!, ahí es nada. Y sólo por un semáforo. Como resulta que paso cuatro veces al día, que cada vez tarda 90 segundos en ponerse verde y que cada uno de los 12 meses tiene como mínimo cuatro semanas de cinco días laborables pues es lo que me sale, un día a tomar por el saco. Tremendo, ¿verdad? Hay gente que en un día se sube un ochomil de abajo a arriba y vuelta y yo mientras estoy en Conde Oliveto mirándole las zapatillas al de alao y también la pantallica: “90, 89, 88…”. Supongo que en eso consiste el progreso, en que te vayan dando por el bul pero al menos que te lo informe una pantallica, mientras pasan por delante de tus helados y aburridos morros cientos de coches a los que se les dispensa mucho mejor trato que a ti, que a fin de cuentas no dejas de ser para este y cualquier ayuntamiento un puñetero peatón. Con cronómetro, eso sí.
Soy muy calculador. Y no me gustan ni los coches ni los viajes en coche. Por eso, por ser muy calculador –en el sentido numérico del término- y por no gustarme los coches, fue por lo que creo que mis padres me regalaron de pequeño un reloj con cronómetro. Aunque pienso que también era para que no diera la brasa en los viajes. Yo cogía mi cronómetro y calculaba los segundos y las décimas que le costaba a mi padre llegar de un poste kilométrico al otro, para después calcular la velocidad exacta a la que íbamos –esto por puro vicio-. Luego multiplicaba los kilómetros que nos quedaban por los segundos que nos costaba cada kilómetro y sacaba el tiempo que faltaba para terminar aquel turre. Vamos, que me gusta calcular y nada pero nada esperar. Por eso ayer me quedé atónito cuando calculé que durante el próximo año voy a pasar un día de mi vida esperando que se ponga verde el semáforo de Conde Oliveto. Un día de mi vida ¡al año!, ahí es nada. Y sólo por un semáforo. Como resulta que paso cuatro veces al día, que cada vez tarda 90 segundos en ponerse verde y que cada uno de los 12 meses tiene como mínimo cuatro semanas de cinco días laborables pues es lo que me sale, un día a tomar por el saco. Tremendo, ¿verdad? Hay gente que en un día se sube un ochomil de abajo a arriba y vuelta y yo mientras estoy en Conde Oliveto mirándole las zapatillas al de alao y también la pantallica: “90, 89, 88…”. Supongo que en eso consiste el progreso, en que te vayan dando por el bul pero al menos que te lo informe una pantallica, mientras pasan por delante de tus helados y aburridos morros cientos de coches a los que se les dispensa mucho mejor trato que a ti, que a fin de cuentas no dejas de ser para este y cualquier ayuntamiento un puñetero peatón. Con cronómetro, eso sí.
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