26 diciembre 2007

Combate

He sobrevivido indemne a los dos primeros rounds de estas entrañables fechas, plenas de felicidad, buenas intenciones, familias que se aman, amigos que se besan y criaturas con agujetas de tanto abrir paquetes al mismo tiempo que te recuerdan que hace apenas tres días les han enseñado en clase que hay niños pobres en el mundo y tal. Aún me quedan tres combates, contra Nochevieja, noche de Reyes y día de Reyes. Hace ya unos cuantos años que en casa decidimos abolir Año Nuevo, en una decisión unánime y que nos ha otorgado muchas satisfacciones, aunque no tantas como si lográramos abolir los cinco combates restantes. Creo que seríamos una familia más feliz y relajada si lo lleváramos a cabo, ya que todos andamos por aquí y nos vemos muy a menudo, pero de momento no hemos tenido los arrestos suficientes y sólo nos lo comentamos en voz baja, de uno en uno y sin formar grupos. En la calle te encuentras con mucha más gente que se siente así durante estos días, no por pose, ni siquiera por estar contra lo establecido o por creencias o no creencias religiosas o consumistas, sino, mucho más sencillo que todo eso, porque no les gustan, de la misma manera que no hay una razón profunda por la cual uno se come las latas de callos de cuatro en cuatro y otro los aborrece. Mucha gente ahora mismo daría todo el gorrín congelado que tiene porque fuera 7 de enero, pero eso no es posible hasta que no se invente el teletransporte temporal. Entonces, como no queda otra -¿o sí?-, habrá que poner el piloto automático y pensar que tampoco es para tanto, que total son sólo un par de semanas –perdón, mes y medio-. Así que nada, buenas gentes, que la espera sea leve y hagan el favor de no incordiar mucho a sus seres cercanos con su anti-navidad. Brasas, que sois unos brasas.