¿Qué decir de una persona que no está y que por tanto ya no se puede defender de los halagos, cargados por el diablo de la nostalgia y el vacío y los momentos que no serán? Todo y nada, el todo de recordar a una persona compacta y distinta y la nada de no poder contemplarlo nunca más mientras seguía progresando en sus virtudes, siendo diferente y al mismo tiempo tan igual y siempre, eso sí, un tanque, una piscina cargada hasta arriba de alegría de estar y de hacer y con una inmensa capacidad para tirar con lo justo y sobrevivir con lo que para la inmensa mayoría de los occidentales es sólo el punto de partida y muchas veces ni eso. ¿Y por qué fue distinto Iñaki Ochoa de Olza Seguín? Uff, imposible de atrapar eso con palabras, como es imposible de explicar por qué ante ciertas personas se tiene la percepción de la bondad, del talento, de la pesadumbre o de la honestidad o de todo ello junto. Lo que sí es obvio es que Iñaki no era distinto por subir ochomiles. Era distinto y subía ochomiles, pero se hubiese podido dedicar casi a cualquier cosa que se hubiese propuesto dentro del inabarcable campo de las sensaciones y de los sentimientos, que pasaban de ser un asunto personal a un asunto colectivo gracias a su innegable facilidad para comunicarse y hacerte sentir buena parte de lo que él sentía, pensaba o creía. Claro, en ocasiones parecía excesivo para los que vivimos de sofá en sofá y cuya mayor aventura es no resultar excesivamente dañados en el extraño magma de los días urbanos, pero eso, en todo caso, estaría en nuestro debe, no en el suyo. Él se desnudaba y no sentía especial incomodidad por ello. De hecho, cuantas más y mejores ropas llevaba era cuando peor se manejaba, acostumbrado a que del aire sólo le separasen las prendas más viejas o como mucho las más calientes con las que afrontar las alturas y los fríos imposibles. Fue un hombre diferente, un amigo generoso y honrado, dotado de una colectiva y radical individualidad que en lugar de alejarlo lo acercaba. Tuvo defectos, claro, pero todos juntos no alcanzaban a oscurecer ninguna de sus virtudes. Se comía las uñas. Mucho.
Se supone que todos llevamos dentro un fuego interior, un fuego que con el paso de los años o nos dedicamos a aplacar o nos dedicamos a avivar. Iñaki lo avivaba, nunca dejó de hacerlo, con unas reglas propias y claras y, en todo caso, siempre suyas. Cuando el mundo dormía y caía la lluvia, él se levantaba y en auto-stop o con amigos o en coches propios que justo pasaban la ITV salía al encuentro de la vida y a ella le entregaba sus mejores horas de esfuerzo. Cuando al caer la noche los demás queríamos alargar el día y hablar de lo no vivido, Iñaki caía rendido como caen los niños de cuatro años que han estado jugando hasta hartarse y llevan las líneas de la felicidad marcadas en el polvo y en el barro de las manos y en la chispa de los ojos que mañana volverán a estar abiertos de par en par dispuestos a todo. Nunca dejó de ser así. Quizá por eso estar a su lado era de algún modo o de cualquier modo apasionante, ya que toda esa capacidad de hacer no iba acompañada de una sensación de exceso, de impostura, de la actividad por la actividad, sino que se veía que nacía de una calma y una pasión interior muy fuertes y al mismo tiempo muy determinadas. Iñaki hacía porque no quería hacer otra cosa.
Como cualquiera de las muchísimas personas con las que se cruzó a la largo de su corta pero, en el buen sentido, aprovechada vida, cada familiar o cada amigo de Iñaki tendría y tiene cientos de momentos que recordar de este insaciable lector, pertinaz oyente de música y devoto del esfuerzo físico como camino a una posible comprensión o como mínimo experimentación de uno mismo. No soy una excepción, pero, para concluir con este mínimo acercamiento en el aniversario de su muerte y que tan pronto se me antoja ajustado como absolutamente ridículo e innecesario, me gustaría destacar dos, cada uno de los cuales le retrata más si cabe que su capacidad deportiva, su amor por sus seres queridos o su compromiso con proyectos humanitarios y sus semejantes menos favorecidos –“hemos nacido en uno de los sitios más afortunados del hemisferio más afortunado”-.
El primero de ellos tiene lugar en el Shisha Pangma, el 17 de marzo de 2005, cuando intenta ascenderlo en total soledad, con la única compañía de su cocinero y amigo Mingma, que le aguarda en el campo base. Después de darse la vuelta a 6.600 metros por la gran cantidad de nieve recién caída y la inestabilidad que presenta al no estar ésta bien asentada por encima de la nieve antigua y ya compacta, un alud de placa se desprende bajo sus pies y le arrastra durante 100 metros. Pierde piolet, gorro, gafas y se daña un hombro. La expedición solitaria, aquella en la que pretende aprender más de sí mismo y de sus miedos al enfrentarse a la montaña sin compañía, ha terminado. De regreso al campo base, llama por teléfono. Está llorando, sin contemplaciones ni falsas apariencias: “Jorge, he pasado mucho miedo, me he sentido muy solo mientras daba vueltas en el alud. Tengo algo en el hombro, pero estoy bien. No llames a mis padres hoy, ¿vale?, ya les llamaré yo mañana cuando esté más tranquilo”. No le ha hecho falta verbalizarlo, pero ya nunca más se planteara una subida en solitario, pese a estar perfectamente preparado para ello. A Iñaki le gusta la montaña, pero le gusta más compartirla y no sentirse solo. Además, ya se había dado la vuelta, no todo vale –un año más tarde, abre una nueva ruta en solitario desde 7.400 metros en el propio Shisha Pangma-.
“¡Esto es acojonante, ya está la entrada a tope. Oye, venir en cuanto podáis, que nosotros entramos ya y nos ponemos lo más cerca que podamos y os esperamos!”. La voz de Iñaki apenas un año y medio después del alud en el Shisha es la de una persona absolutamente feliz, que espera a que se abran las puertas para asistir a su primer concierto de Bob Dylan. Un niño que espera a que se abran los regalos y que sabe que es muy afortunado. Ha llegado a Collado Villalba desde Pamplona con su novia y nosotros lo hacemos desde Madrid, donde ya llevamos un día. En efecto, cuando entramos apenas media hora después y casi dos horas antes de que Bob Dylan salga a un escenario sobre el que cae un sol de justicia en el julio madrileño, su sonrisa y sus ojos brillan aún más que su melena rubia. Cuando pienso en lo mucho que le quedó por disfrutar, pienso también en lo mucho que disfrutó aquella tarde, en lo feliz que era cuando, a coro con el poeta, cantamos aquello de “te he dicho muchas veces que no eres mejor que nadie y que nadie es mejor que tú”. De todo lo poco o mucho que me tocó vivir con él, me quedo con aquella tarde, cuando no fue ni un himalayista de talla mundial, ni un estupendo hijo, hermano, amante o amigo, sino sólo un gran tipo que a cada paso que daba celebraba estar vivo y compartirlo con los demás. Un honor, un eterno honor.
Pd: agradezco a Álvaro Garritz Oiartzun que me haya permitido para atender la petición de Diario de Noticias en el aniversario de la muerte de Iñaki utilizar este texto que me pidió para su proyecto de fin de carrera de Periodismo. Que les conste a los evaluadores que él llegó primero. Suerte y gracias.
Entrevista a Iñaki en http://www.youtube.com/watch?v=qTf3urlmbbI
13 Comments:
Hijo, qué maravilla de palabras, qué gozada leerte.
Gracias.
Yo sigo a lo mío. Me sigue pareciendo envidiable tu capacidad de valoración y agradecimiento hacia lo que te han dado personas que ya no están, pero que nunca te abandonarán.
Considérate un privilegiado porque alguien tan especial te hubiese elegido para compartir tanto.
Por otro lado, por algo lo habría hecho.
Enhorabuena, no cambies.
"Dime que es mentira todo, un sueño tonto y no más..."
¿cuántas veces habríamos querido que fueran verdad las palabras de la canción de Antonio Vega?
Coño, ¡qué bien escribes¡
Acabo de repetir lectura. Coño, ¡qué bien escribes!
Hola Jordi, Cómo me ha recordado tu coLumna a una canción de Feliú sobre el Ché. Después de todo lo visto y leído, creo que vuelves a dar en el clavo y de la manera más bella. Enhorabuena. Te la pego por si no la conoces...
Una canción necesaria
Vicente Feliú
al Che no in memoriam
Tu piel ligada al hueso se perdió en la tierra.
La lágrima, el poema y el recuerdo
están labrando sobre el fuego
el canto de la muerte
con ametralladoras doradas desde ti.
Y aquí a cada noche se busca en tus libros
el propósito justo de toda acción.
Y se abre tu memoria a todo aquel que renace,
pero nunca falta alguien que te alce en un altar.
Y haga leyenda tu imagen formadora
y haga imposible el sueño de alcanzarte
y aprenda alguna de tus frases de memoria
para decir: "seré como él", sin conocerte
Y lo pregone sin pudor,
sin sueño, sin amor, sin fe.
Y pierdan tus palabras sentido de respeto
hacia el hombre que nace cubierto de tu flor.
Algún poeta dijo, y sería lo más justo,
desde hoy nuestro deber es defenderte
de ser Dios.
Descuida, Jorge. Los evaluadores estamos al tanto de los pasos de los que serán evaluados. Pude leer tu texto antes de que saliera publicado y me encantó. Enhorabuena. Un abrazo, MAJ
Un abrazo Pravda y MAJ (portaros bien con los presentes y futuros obreros de la cosa, ja-ja, seguro que sí).
pd: Pravda, no, no la conocía, gracias.
Jorge, y luego dices que te molestan los acordeonistas que machacan las meninges con sus canciones monotemáticas y pseudoparisinas.
Pues hijo, cómo escribirías si no estuviesen... ;)
Labrit.
No tengo palabras, Jorch, ¡qué grande eres !
y ... coño ¡ qué bien escribes !
;-)
Aunque sea repetir lo ya te han dicho tantas veces, y con tanta razón, voy a decirlo igualmente:
¡Cómo escribes, Jorge, es un placer leerte, una y mil veces!
También comparto lo que INZOA ha expresado en su comentario sobre tí.
Que yo no sé si tú sabes que contarle todo eso que le contaste a un chaval que recién estaba acabando la carrera, le tuvo que marcar y mucho.
Qué buen trabajo hicísteis entre los dos: él siendo como era y tú explicándonoslo.
Gracias.
Bufff ¡¡¡¡
..."No perdono a la vida desatenta"...
Elegía a Ramón Sijé, con quien tanto quería...
Miguel Hernández
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