Gracias, salud
La gente se muere, es tremendo, ¿a qué sí? Creo que eso lo sabemos todos, como todos sabemos que se ha muerto Michael Jackson. El que no se enteró de que se había muerto hasta unos días después mi vecino fui yo. Coinciden varias cosas y va y te enteras tarde de que el bueno de Santi ya no va a subir más las escaleras. Vivía en el primero y, como otra virtud no tengo -últimamente no me veo más que defectos, seguro que se pasa, seguro- pero sí mucho oído, era para mí como una especie de telefonillo, porque le oía llegar con su carrito de la compra a rastras y su tos flaquita y como aspirada por las aspas de un secador. Ya está ahí Santi, pensabas de inmediato. Y, en efecto, al poco se oía la puerta de la calle y, tras lo que parecía una eternidad cruzando el corto rellano, el golpeteo del carro de la compra cada vez que daba contra un peldaño. El ascenso, al pobre, le costaba un mundo, y paraba para resoplar tan de poco en poco que te entraban unas ganas casi irrefrenables de bajar a saltos y subirlo a la espalda, porque además él era tan flaquito como su tos. Nunca lo hice. Lo lamento. Tal vez no habría podido ayudarle y además me hubiese mandado seguro a la mierda, pero de verdad que es ahora cuando me doy cuenta de que a veces –siempre, de hecho- se agradece que alguien te diga que si quieres te subas a su espalda. Yo no es por ponerme tremendo, pero conmigo lo han hecho y, aunque te sientas un completo incordio y un peso excesivo, es un alivio, es más, es el único alivio posible, sobre todo cuando ves que, una vez que te han descargado, ellos también descansan tranquilos. Supongo que ya ahí es cuando te puedes echar a reír. Pues eso, que Santi seguro que también tubo una gran tribu cerca. Dar las gracias es quedarse lejísimos. Nos vemos tras el verano. Salud.
La gente se muere, es tremendo, ¿a qué sí? Creo que eso lo sabemos todos, como todos sabemos que se ha muerto Michael Jackson. El que no se enteró de que se había muerto hasta unos días después mi vecino fui yo. Coinciden varias cosas y va y te enteras tarde de que el bueno de Santi ya no va a subir más las escaleras. Vivía en el primero y, como otra virtud no tengo -últimamente no me veo más que defectos, seguro que se pasa, seguro- pero sí mucho oído, era para mí como una especie de telefonillo, porque le oía llegar con su carrito de la compra a rastras y su tos flaquita y como aspirada por las aspas de un secador. Ya está ahí Santi, pensabas de inmediato. Y, en efecto, al poco se oía la puerta de la calle y, tras lo que parecía una eternidad cruzando el corto rellano, el golpeteo del carro de la compra cada vez que daba contra un peldaño. El ascenso, al pobre, le costaba un mundo, y paraba para resoplar tan de poco en poco que te entraban unas ganas casi irrefrenables de bajar a saltos y subirlo a la espalda, porque además él era tan flaquito como su tos. Nunca lo hice. Lo lamento. Tal vez no habría podido ayudarle y además me hubiese mandado seguro a la mierda, pero de verdad que es ahora cuando me doy cuenta de que a veces –siempre, de hecho- se agradece que alguien te diga que si quieres te subas a su espalda. Yo no es por ponerme tremendo, pero conmigo lo han hecho y, aunque te sientas un completo incordio y un peso excesivo, es un alivio, es más, es el único alivio posible, sobre todo cuando ves que, una vez que te han descargado, ellos también descansan tranquilos. Supongo que ya ahí es cuando te puedes echar a reír. Pues eso, que Santi seguro que también tubo una gran tribu cerca. Dar las gracias es quedarse lejísimos. Nos vemos tras el verano. Salud.
12 Comments:
Anda, Jorge. Escríbenos un cuento, aunque sea una redacción sobre las vacaciones para que tus incondicionales no tengamos que estar durante dos meses a pan y agua columnista. Siempre nos quedará el libro de Jacinto Antón, pero éste no escribe sobre acordeonistas pesados, sobre bilbofobias futbolísticas o sobre ortodoxia dylaniana.
que pases felices vacaciones y vuelve, a tu columna vuelve, para el equinocio.
PD: hace poco me crucé contigo por San Nicolás, pero ibas tan feliciano me dio vergüenza protagonizar un momento fan contigo. Pero la próxima vez, igual me animo...
Labrit
Cojón, pues haberte ayudado, mangarrán.
En mi edifico hay un matrimonio de ancianos que se tambalean juntos, y se deben de querer mucho porque no sólo van de la mano por la calle, sino que también se tocan en el ascensor, delante de mí, sin importarles. Ella le pone bien los pelos de la nuca, y los de las cejas recorriendo toda la cara hasta juntar las manos en el mentón, como rezando; y el intenta acariciarle la mejilla con los dedos temblones. Se le nota lo que le jode que el gesto se quede en un toque involuntario más que en un deslizamiento personal por la piel ajena, conocida, vivida... No importa. Se entienden, se miran, se sonríen... y de la mano van por el portal mientras yo les abro las puertas para que pasen. En las dos que hay me dicen gracias, y al llegar a la de la calle, me invitan a que pase yo primero. No tiene que ser fácil enfrentarse a la vorágine y prefieren hacerlo solos (he intentado ayudarme en ese trance pero nunca me han dejado). Me suelo quedar cerca, haciendo como que espero, mirando el móvil, buscando el tabaco y encendiéndome un cigarro muy lentamente; hasta que bajan ese puñetero escalón que cada vez les cuesta más (hay una pequeña rampa que no usan supongo que por orgullo). Uno se santigua en la acera y el otro no, sólo entonces me largo, sin decir nada.
Suelo encontrármelos en el Cara-pabo haciendo la compra y me dejan que les lleve las bolsas hasta el descansillo del piso, y no porque no puedan, sino porque yo necesito hacerlo. Volvemos lentos, charlando. El otro día me dijeron que se iban a ver a Monolo Escobar en la Plaza de la Cruz, en Sanfermines. Nadie es perfecto. Me tuve que morder los labios para no cagarla con alguna gracieta. Me gusta escucharles y apreder que sus cosas importantes nunca aparecerán ni en el periódico de todos los navarros ni en el navarro de todos los periódicos.
Yo lo hago por necesidad, por puro egoísmo, para poder ponerme las lentillas frente al espejo a las mañanas, que aún no se puede hacer con los ojos cerrados. Nunca sabrán cómo les agradezco su ayuda.
Que pase usted un buen ere veraniego.
Yo nunca supe el nombre de la señora mayor que me cruzaba a menudo en la escalera. Vivíamos puerta con puerta, nos saludábamos, charlábamos sobre tonterías... Pero nunca nos dijimos el nombre. Un día, me di cuenta de que había dejado de verla. Y tocaron a mi puerta una vez de los servicios sociales, preguntando por su hijo. Ahora en la casa solo queda él. Vivimos puerta con puerta, nos cruzamos, nos saludamos, charlamos de tonterías... Y seguimos sin saber nuestros nombres...
Pasa un verano maravilloso, Jorge. Echaré de menos leerte este tiempo...
Labrit, la siguiente no te cortes hombre. Buen verano.
Hastiado, buen verano.
Idoya, el mejor verano, ja-ja, no trabajes mucho.
Abrazos.
Jorge, te vamos a echar de menos, así que nos quedamos esperando tu vuelta.
Mientras tanto que pases un buen verano, como más te guste. Un abrazo.
Acme.
Buen verano a todos y todas
¡Vaya vacaciones más largas!
Ahora que tienes Net Book y muchas zonas Wifi, deberías escribir alguna cosica en este blog de vez en cuando para que no se te anquilosen los dedicos y para que sigamos disfrutando de tu genialidad.
¡Ondo pasau eta gitxi gastau!
Joder Hastiado, lo del blog paralelo en los comentarios te lo empiezas a tomar muy en serio...y eso que lo que cuentas tiene su miga y se advierte hasta algo de sensibilidad...al final se descubre tu veta de buen samaritano.
Respecto a Jordi, que usted lo pase bien (ya estaremos) y de paso les pego un poema que me ha venido a la cabeza al hilo de lo que cuentas en la columna:
NO VOLVERÉ A SER JOVEN
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
JAIME GIL DE BIEDMA
Yo también conocí a Santi. Me enteré de la noticia por un amigo que me llamó. Lo lamenté. Lamenté no saber de sus apellidos tan notorios. No poder despedirlo de una manera más cercana. Me dijeron que fué rápido. Ojalá sufriera poco, o nada. Santi era Santi. El mejor camarero del mundo. Siempre recordaré aquellas charlas que tuvimos ya hace años. Eso me queda. Después nuestras vidas no se cruzaban. La última vez lo ví muy deteriorado en los porches de la diputación. Siempre serás una parte de mi vida. Gracias.
Jorge, corazón, felices vacaciones. No nos olvides. Musu.
Cómo mola que nos lleven en la chepa de vez en cuando. La única pega es que, en la mayoría de los casos, cuando lo necesitamos no nos damos cuenta. Buen retiro y cuidado con las musarras, que las carga el diablo.
Ay Jorge Jorge, nos has puesto malitos y tontorrones. Es la vida.
Por la sombra y tal.
Orbuar
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