24 septiembre 2011

Le Panier


A menos de un cigarro del Puerto Viejo de Marsella, desde el cual nacen hacia arriba todas las calles que convierten a Marsella en un ciudad preciosa que respira peligro y vida nada más divisarla y aunque no pienses en eso sientas que es una pena que muriera Izzó, a menos de unos pensamientos del Puerto Viejo en el que hay amarradas barcas pequeñas y yates y puestos de todo y buscavidas y pierdevidas se llega a Le Panier, donde las calles se cruzan sin sentido ni trazos perfectos y en el que pareciera que son los propios vecinos los que se encargaran de limpiar los portales y las aceras y hay ropas colgando de las ventanas y ventanas pintadas de colores sin normas municipales ni pantones obligatorios y los cables van por donde encuentran espacio y si se cae una braga de un tendedero la braga no pasa allá toda la mañana porque nadie quiera ser visto recogiéndola sino que cualquier napolitano o marsellés o argelino o chipriota o pakistaní la toma entre sus manos y con ella les quita el aguazón de la mañana a las sillas de la pequeña terraza de cafetería que acaba de abrir sin que la cafetería haya tenido que pasar un concurso de diseño para ser abierta. En Le Panier una casa es fea y la siguiente es la casa de tus sueños. Y hay gente pero no la hay y si vas de noche un fin de semana no vas pisando cabezas ni pies y unos y otras se llaman y se matan por su nombre y los turistas piden perdón por pasar por allá y miran con cuidado al suelo para no tropezar en las desiguales escaleras que comunican todo con todo y como no se ha puesto de moda entre los marselleses allá se puede vivir y morir. Es genial que se revitalicen zonas deprimidas, pero, aquí, en este pueblo, que hoy celebra algo más -¿recortes? Ja- somos muy de extremos. No se puede andar. Y si no andas…