06 enero 2012

Día 7


La noche del 5 al 6, tras unas Navidades rodeados de bolsos, paraguas, cinturones y cosas así, mi padre y mi tío José Ramón y las personas con las que trabajaban y que eran como de la familia y hasta sin el como bajaban las persianas de la tienda y se reunían en el cuarto donde se habían envuelto montones de regalos y donde aún quedaban restos de la batalla y de algún bar cercano llegaban unas cazuelas y jamón y vino y champán para el final y rosco. Se brindaba por el trabajo, por la suerte de tenerlo y compartirlo y porque ese año fuera bueno para todos y que se vieran al año siguiente con un año más y la misma energía, que falta hacía, porque el 7 empezaban las rebajas. Seguro que esto se sigue haciendo en muchos comercios, de la misma manera que se seguirá diciendo lo que decíamos nosotros entre una tienda y la otra: quedamos en el medio. Uno salía de San Saturnino con un bolso, otra de San Miguel con un paraguas y a la altura de Euskal Piel en Zapatería se hacía el cambio y vuelta a tu rincón a seguir dándole. Una de esas tiendas es ahora una pizzería y en la otra venden flores. Es estupendo que las cosas cambien, aunque el tío no lo pudiera ver. Lo que ya no es tan estupendo -para mi- es el desolador vacío de cientos de bajeras, ya sea en el centro o en los barrios, mientras manadas de coches son engullidas por centros comerciales. Que cada cual, faltaría más, compre donde quiera, donde mejor le atiendan –una tienda pequeña no es sinónimo de buena atención, obvio-, pero con pequeños esfuerzos individuales en relación al tiempo quizá tengamos una ciudad en la que en cada bajera hay una historia y una copa de champán y no solo una persiana bajada tras la que nadie sonríe por el trabajo bien hecho. Y trabajo. Y energía para el 7. Para los días de verdad.

1 Comments:

Blogger P said...

En otros tiempos, no tan lejaos, una podía entrar a comparse una manta y montarla en el coche. Eso ahora se hace en los centros comerciales. ¿Quién quiere ir al centro, a la intemperie, acarreando paquetes, pagando aparcamiento a precio de oro, preocupada por los niños, etc.? El drama del centro. Hasta los edificios públicos salen corriendo en cuanto pueden: la oficina de turismo, el área de cultura. ¿Qué va quedando? Bares con precio de robo turístico, bares sin encanto, reformados y rediseñados. ¿Y las tiendas? Unas con la tarima del año del pun y otras del que vendrá. ¿Pueden competir en precios con los centros comerciales? Habría mucho que hablar del abandono oficial al centro, tan mimado en otras ciudades. Una pena.
Feliz futuro. Que el próximo año nos volvamos a quejar, ojalá que sin razón.

12:20 a. m.  

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