
Es básicamente deliciosa la autobiografía de Eric Clapton que Global Rhythm Press acaba de editar en castellano. En ella, mano lenta relata con extraordinario detalle su ya larga y azarosa vida, comenzando por el momento en el que se dio cuenta de que su madre era en realidad su abuela, sus primeros contactos con la música, su duradera dependencia de la heroína y el alcohol y, finalmente, su actual y relajada etapa como padre de familia y, por supuesto, músico. Un libro fantástico sólo por el hecho de poder comprobar que una estrella del rock es capaz de reconocer con suma crudeza todas sus debilidades sin pestañear. Pero casi lo más delicioso de todo es leer las escasas líneas que el bueno de Eric dedica a una de sus numerosas y antiguas novias. La susodicha no es otra que Carla Bruni y, obviamente, la autobiografía está escrita con anterioridad a la relación de ésta con Nicolás Sarkozy, de la que ya es flamante y omnipresente esposa. Pocas veces se puede retratar a alguien con tanta sutileza y en tan poco espacio como lo hace Clapton –no se ahorra calificativos más gruesos para sí mismo- con Bruni, de la que destaca que tenía “ojos almendrados y mejillas altas”. Rememora lo rápidamente que se enamoró de ella y cómo Bruni estaba encantada de acudir con él a un concierto de los Rolling Stones. Una vez en los camerinos, Clapton advirtió a Mick Jagger que no flirteara con Bruni, advertencia que, como ya es sabido, Jagger se pasó por el arco del triunfo. Escribe Clapton: “sentí tanto gratitud como compasión hacia Mick, primero por librarme de una condena segura y, segundo, porque al parecer sufrió en su servidumbre la misma prolongada agonía”. Elegante y sencillo párrafo a la par que revelador. Supongo que Sarkozy aún no se lo habrá leído.