
Alex De la Iglesia me ha recordado a mi tía Marisol a la que tanto quiero. Mi tía Marisol a eso de las 11 de la noche dice que se va a la cama –lo anuncia- y de 11 a 12 y media entra 25 veces más en el cuarto de estar, se fuma tres o cuatro cigarros –dos suyos y dos tuyos-, charlotea, recoge varias cosas, se toma un vaso de leche, anuncia otras 12 veces que se va a la cama y cuando todos los demás efectivamente nos vamos ahí sigue. Yo le echo la bronca porque tengo muy poca paciencia y ella se descojona y me pide un cigarro –porque los deja en el coche para no fumar, de los suyos-. De la Iglesia dijo que se iba pero después. Vamos, que se iba pero se quedaba para tener en paz la entrega de los Goya, como si por irse él la entrega de las Goya fuera a parecer las calles de El Cairo. Ahora dice que se irá pero aún más tarde, cuando se convoquen elecciones. Todo porque, con toda su buena voluntad, se puso a hacer de Ministro de Cultura cuando, que se sepa, no lo era, con el beneplácito y aliento de un buen número de medios de comunicación y de miles de opinadores profesionales y por afición. De la Iglesia se ha dado de morros contra la realidad de la política y, según Icíar Bollaín, “ha abierto una crisis innecesaria y muy dañina en el cine español”. El productor de la última película de De la Iglesia, Gerardo Herrero, ha ido más allá: “Alex ha perdido la cabeza con el Twitter”. Al parecer, anunció su dimisión por el Twitter antes de comunicárselo a sus colegas de la Academia de Cine. En resumiendo: le ha salido todo mal –no tiene la ley que quería, dimite de su cargo y los de su gremio le han tirado de las orejas-, aunque tenga la admiración de millones de personas que quizá a partir de ahora sientan algún remordimiento mientras se descargan sus películas.