Vaaaaale, lo reconozco. Me he abierto cuenta en Facebook y Twitter. ¡Y tengo un blog! En mi descargo diré que fui semi-obligado, eso sí. Pero, a fin de cuentas, un auténtico sindios. Hasta de vez en cuando pongo tonterías. No sé dónde vamos a parar, ni qué será lo siguiente, si me instalaré un chip inguinal cada vez que llegue un mensaje y me dará una descarga. Yo, que me tenía por una persona seria e intrigante, que tiene una Remington en casa de carro ancho, que me sigue pareciendo un milagro que se encienda la luz, a estas alturas y con estas moderneces, con el dedo en la tecla, sujetándome: no lo hagas, Jorge, no pongas que menudo día tan soleado hace y qué bien todo. ¡Eso es el puto fin!¡Haz la comida, que es tu obligación! ¡Y no cuentes qué has cocinado, por favor! Porque se ve cada cosa. Y cada caso. Mejor no ahondar. Se lo conté a mi padre. Enarcó el bigote –mi padre enarca el bigote y se atusa las cejas, es así él- y me dijo: sabía que tenías alguna tara. Mi padre es que lo de la tecnología como que no. La última tienda que tuvo estaba al lado del Plaza de la Cruz, pegada al Sagutxo, y cuando le insistíamos que en que llevara la contabilidad por ordenador señalaba a las chavalas y chavales que comían zaborras fuera y decía: esos cabrones entrarán cuando vaya a mear y se lo llevarán. ¿Para qué quieren, en cambio, estos cuadernos? Devora novelas de intriga. Bueno, de todo, en general. Un poco a mi también me pasa, que te da la sensación de que tanta exposición igual te roba el alma, que vale menos que un ordenador pero tiene su valor. Vamos, que lo menos te cuesta un mes de curro conseguir tener un alma así medio apañada, de las de ir tirando. No sé, me lo tengo que volver a pensar. Pd: enviado desde mi EuskalJaiBerri para PC.