
Entramos a ver a Pepe Rubianes en el 2003, sin tener ni idea de qué iba el espectáculo, simplemente porque su anterior interpretación del Makinavaja del genial Ivá merecía la pena la apuesta. Era en el Capitol de Barcelona, en plena Rambla, en frente de Canaletas. Estaba lleno, aunque ya llevaba 7 años en cartel. Las luces estaban apagadas y a nuestro lado se sentó un auténtico vejestorio encorvado sobre sí mismo, calvo y sin dientes que creí reconocer, pero enseguida me despisté porque nos llegaba una voz en off en catalán y me rival me dijo: “¡La cagamos Luis!”. Fue una falsa alarma. El monólogo de Rubianes, Rubianes solamente, fue en castellano y juro que jamás me he reído tanto en mi vida y dudo que jamás me vaya a reír igual. Rubianes, con un humor surrealista, imaginativo, afilado, basto y zafio a la vez, se reía de todo y de todos, de los gallegos, de los catalanes, de los españoles, de los matrimonios, de su abuela. Descacharrante, como cuando invitó a subir al vejete, que resultó ser Lázaro Escarceller, el Matías en Makinavaja, y éste se marcó unos chistes increíbles. Ahora Rubianes, gallego, está en la palestra porque el otro día, a la pregunta en TVE-3 de si le parecía que la unidad de España estaba en peligro, dijo que a él la unidad de España le sudaba la polla y unos cuantos exabruptos más que si no se le conoce suenan muy mal pero que, al menos yo, comprendo, toda vez que la tabarra de los últimos meses está siendo histórica, aunque también me gustaría saber si le suda lo mismo la tabarra que dan los vascos y los catalanes, que también es fina. Luego aclaró que se dirigía a un sector concreto, pero la máquina mediática del boicot y el linchamiento ya está en marcha. Yo lo tengo claro: la próxima vez que vaya a Barcelona iré a ver a Rubianes, solamente.