
Leo a Eskubi: “Espero que se vean muchas ikurriñas en la plaza Consistorial”. ¡Ahí estás, viva tú, que se mueran los bajos! Me dirás: “Crece”. En ello estoy, ciego de Corn Flakes. Y espero que también los que meten las ikurriñas crezcan un poco, a nivel cerebral. Ellos y cualquiera otro que necesita pasear cualesquiera bandera –curiosa necesidad- por la plaza Consistorial el día 6 o cualquier día y por cualquier parte, ya sea española, navarra, de la URSS o de Murillo el Fruto, impidiendo que muchos veamos cómo un concejal que ni nos va ni nos viene prende el cohete que sí que nos va y nos viene. Crezcamos todos, puesto que somos bajos. Bajos son -y mucho- los que entran, año tras año a menos cinco, a la plaza vía Santo Domingo como Atila y los hunos sin preguntar ¿la última? y con las ikurriñas empujando –mejor dicho, arrollando- a todo lo que se les pone por delante, que es mucho y muchos. Entre otros, yo y mis colegas, que ya somos perros viejos y que, mientras no nos metan el palo de la bandera por el ojo o por el recto, hace años que les dimos por imposibles, ya que la educación que no se tiene no te la da una bandera, ni aunque sea a colores, y ya se sabe que la citada educación aún tiende más a cero cuando de grupos amplios y con sensación de campeones se trata. ¿Sería mucho pedir un mínimo de modales, que tanto se solicitan, con razón en muchos casos, por esos mismos en otros ámbitos? Por otra parte, ¿por qué hay que pedirlo? ¿Habría hondonadas de ... si en lugar de esa bandera fuera otra la que entra arrollando? Evidente. Confiemos pues, ya que no queda otro remedio, en que vaya decayendo el mundo de los trapos y, ante todo, que tengamos un buen cohete, con los codos ajenos en el bazo, como siempre, pero sólo por mera acumulación, que es lo suyo.